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Fidel Castro, la cara podrida de la moneda comunista

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- René Descartes, en su obra Meditaciones Metafísicas (1641), introdujo la duda metódica como un instrumento para desafiar verdades establecidas y abrir las compuertas de la filosofía moderna. Inspirándome en ese principio, me permito abordar una cuestión de inmensa relevancia: la evaluación de los líderes, hombres públicos y figuras políticas ante el juicio de la historia. Es un análisis que, en esencia, expone “las dos caras de la moneda” y nos obliga a enfrentar la complejidad de sus legados.

La psique humana, con sus contradicciones, pasiones y zonas oscuras, dificulta la comprensión objetiva de los líderes y sus acciones. Las valoraciones suelen teñirse de subjetividad, generando debates interminables entre quienes veneran a determinado personaje como héroe, y quienes lo denuncian como villano. Todo depende de perspectivas personales, ideológicas o culturales.

Ese contraste lo vemos en figuras como Napoleón Bonaparte o Mao Zedong: sus logros políticos o militares no logran borrar el costo humano de sus decisiones, y esta oscura dualidad plantea un dilema ético esencial: ¿podemos separar los avances tangibles del sufrimiento humano que los acompañó?

Los límites de los logros

¿Cómo evaluar un éxito político o económico cuando está impregnado de violencia o represión? A mi juicio —y al juicio de la conciencia histórica— cualquier logro levantado sobre el sacrificio involuntario de vidas humanas pierde su legitimidad. Si los métodos empleados incluyen persecución, censura, ejecuciones o la eliminación sistemática de opositores, la evaluación ética se torna inevitable: ¿puede la historia justificar la sangre derramada en nombre de un supuesto bien superior?

El estalinismo es un ejemplo nítido. A pesar de la industrialización que experimentó la Unión Soviética, nadie puede borrar las purgas, las hambrunas y los millones de víctimas. Lo mismo puede decirse de cualquier régimen que, para perpetuarse, convierta al ciudadano en una pieza sacrificable dentro de un tablero ideológico.

En este marco conceptual, el caso de Fidel Castro se vuelve paradigmático. Su figura encarna, con brutal claridad, las dos caras de la moneda… pero ambas están podridas.

1. La cara represiva: sangre, cárcel y destierro

El legado político de Fidel Castro está marcado por un sistema represivo que convirtió a Cuba en una maquinaria de control social y político sin precedentes en América Latina. Bajo su mando, decenas de miles de ejecuciones, encarcelamientos arbitrarios, desapariciones y exilios forzados se llevaron a cabo bajo el discurso de “defender la revolución”. Todo opositor —real o imaginado— fue tratado como enemigo mortal del Estado.

La ausencia de libertades civiles y políticas convirtió a la isla en un laboratorio de censura donde las ideas, la discrepancia y la libertad de expresión fueron criminalizadas. En nombre de una falsa justicia social, Castro levantó un régimen que sacrificó generaciones enteras, destruyó familias y sembró un miedo visceral que persiste, incluso hoy, en la conciencia colectiva del país.

Su modelo represivo no solo fue sistemático: fue premeditado y defendido con arrogancia, como si la represión misma fuese una virtud revolucionaria. Su aparato de vigilancia —desde los CDR hasta la Seguridad del Estado— es una de las herencias más perversas dejadas a la nación cubana.

2. La cara económica: la miseria como política de Estado

La otra cara de Fidel Castro no es menos devastadora. Su modelo económico, marcado por la centralización, la incompetencia y la corrupción estructural, destruyó la productividad del país. Bajo su mando, la economía cubana quedó reducida a una maquinaria ineficiente, dependiente de subsidios, primero soviéticos y luego venezolanos.

Castro impulsó un sistema que dinamitó la iniciativa individual, persiguió la prosperidad personal y desmanteló el tejido económico natural de la nación. La escasez se volvió crónica, la pobreza estructural, y la dependencia del exterior —que él mismo decía combatir— terminó siendo el sustento de toda su estructura.

Mientras la propaganda mostraba “triunfos”, el pueblo sobrevivía entre colas interminables, apagones, hambre y desesperanza. Esta cultura de miseria no fue un accidente: fue parte de un diseño de control.

3. La dimensión moral: la putrefacción del líder

A diferencia de otros líderes cuya severidad podría discutirse dentro de un contexto de guerra o crisis, Fidel Castro sostuvo su sistema durante décadas, alimentado por una mezcla de egolatría, crueldad política y desprecio por la libertad humana. Su vida personal —repleta de excesos, privilegios y arrogancia— contrastaba con la miseria que imponía a su pueblo.

Su obsesión por el poder lo llevó a traicionar incluso a quienes inicialmente lo apoyaron y a construir un culto a la personalidad donde la razón quedó sepultada bajo la propaganda.

Fidel Castro no fue un líder con luces y sombras:

fue un líder cuya sombra se extendió tanto que terminó por devorarlo todo.

El juicio ético ante la historia

El análisis histórico de un líder no puede limitarse a resultados materiales o a relatos oficiales. La historia debe evaluar tanto los fines como los medios. Debe atender la integridad moral, el respeto a la dignidad humana y la coherencia entre discurso y acción.

En contraste con figuras como Gandhi o Mandela —quienes enfrentan críticas, sí, pero cuyo compromiso ético es innegable—, Fidel Castro representa lo contrario: la exaltación del poder por el poder, la mentira elevada a sistema, la represión convertida en norma y la miseria transformada en símbolo de una utopía fallida.

Reflexionar sobre las “dos caras de la moneda” en la figura de Fidel Castro nos revela algo trágico: cuando un líder corrompe los métodos y destruye a su propio pueblo, no queda moneda que mostrar; queda solo la podredumbre del poder absoluto.

Invito a los lectores a continuar este análisis con sus conocimientos, opiniones y experiencias. Solo a través de un debate serio y profundo podremos desentrañar las consecuencias reales que líderes como Fidel Castro han dejado, no solo en Cuba, sino en la conciencia universal de la humanidad.

¿Te animas a seguir este debate? Adelante.

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