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Exigimos fe de vida de José Daniel Ferrer

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Por Oscar Durán

La Habana.- Hay preguntas que no admiten demoras. Preguntas que, cuando el silencio las responde, dejan de ser interrogantes y se convierten en gritos. ¿Dónde está José Daniel Ferrer? ¿Qué han hecho con él? ¿Por qué, en pleno 2025, seguimos pidiendo una fe de vida como si estuviésemos buscando a un desaparecido de los años setenta?

Desde el 17 de marzo se sabe muy poco del presidente de la Unpacu. Ni su familia, ni sus abogados, ni su organización conoce su estado actual. Nada. Cero. Silencio absoluto desde las mazmorras de Mar Verde. Lo tienen enterrado vivo, si es que no lo han terminado de enterrar ya.

Y no me vengan con cuentos. La dictadura cubana sabe perfectamente cómo manejar estas desapariciones blandas: no lo matan, pero lo apagan. Le cortan las visitas, le niegan la atención médica, lo meten en una celda sin ventilación, le tiran cuatro chinches, un picadillo de huesos, y a esperar que la desesperación haga lo suyo.

El régimen cubano no responde. Ni una imagen, ni una llamada, ni una excusa. Solo permiten que un familiar lo vea de lejos, como quien observa a un animal enjaulado desde el otro lado de una vitrina sucia. Y dicen que eso es suficiente. Que ahí está, vivo. Como si respirar fuera sinónimo de justicia.

Lo que le están haciendo a Ferrer es más que una violación de derechos humanos. Es una advertencia. Es el cartel luminoso de “cállate o te desaparecemos”, una práctica vieja, rancia, castrista hasta los tuétanos. Si hay algo que esta dictadura ha perfeccionado con los años no es el turismo ni el tabaco: es el arte de desaparecer al que piensa distinto.

Y sin embargo, Ferrer no está solo. Del otro lado de las rejas hay periodistas, activistas, organizaciones de derechos humanos, exiliados y simples ciudadanos diciendo su nombre. Exigiendo su vida. Haciendo lo que debería hacer un Estado: cuidar a los suyos.

Pero aquí, en esta isla donde la Constitución es papel mojado y el poder judicial un chiste cruel, ejercer el derecho a expresarse o a protestar es motivo suficiente para que te tiren al calabozo con los perros.

Entonces uno se pregunta: ¿cuál es el miedo real del régimen? ¿Un hombre solo en una celda, sin luz ni voz? ¿O el eco de ese hombre retumbando por el mundo, recordando que en Cuba la libertad todavía es delito?

La fe de vida de José Daniel Ferrer no es solo un trámite humanitario. Es una exigencia moral. Es la prueba de que en este país aún hay quien no olvida, quien no se rinde, quien no negocia con la represión.

Si dejamos de preguntar dónde está Ferrer, mañana dejarán de preguntar por todos nosotros.

Y entonces, sí, se habrán salido con la suya.

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