Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Evo Morales y el manual del caudillo: poder personal antes que pueblo

Comparte esta noticia

Por Jorge Mamani ()

La Paz.- Evo Morales lleva casi dos décadas enseñando a Bolivia que la lealtad es unidireccional: hacia él. Como buen alumno de Fidel Castro y Hugo Chávez —sus tutores en el arte de convertir proyectos colectivos en patrimonios familiares—, el expresidente ha perfeccionado el truco de confundir «revolución» con «perpetuación».

Hoy, mientras Bolivia se desangra en una crisis económica y una fractura política sin precedentes, Morales insiste en ser candidato pese a estar constitucionalmente inhabilitado. No importa que el país no tenga gas, que los hospitales carezcan de medicinas o que su propio partido, el MAS, esté dividido en pedazos. Lo único que importa es Evo.

El síndrome del «líder imprescindible»

Morales gobernó Bolivia desde 2006 hasta 2019, pero en su cabeza nunca se fue. Aprendió de Castro que un revolucionario no abdica; se eterniza. Por eso, tras su huida a México en 2019 —precedida por elecciones fraudulentas y un motín policial—, regresó con la obsesión de recuperar el poder.

Volvió no para «salvar al pueblo», sino para vengarse de quienes osaron cuestionarle.

Su estrategia: sabotear a su sucesor, Luis Arce, otro pupilo suyo al que ahora tilda de «traidor». Arce, en una entrevista reveladora, lo acusó de «anteponer su ambición a los intereses de Bolivia» y de ser «el mejor instrumento de la derecha» para desestabilizar el país.

La fractura de la izquierda: un daño autoinfligido

El MAS ya no es un partido; es un campo de batalla. Morales lo rompió en dos: los «evistas» (que le juran lealtad) y los «arcistas» (que prefieren seguir la Constitución).

Mientras Arce intentaba reactivar la economía tras la pandemia, los legisladores afines a Morales bloquearon créditos internacionales, leyes sociales y proyectos de inversión. ¿El resultado? Una crisis energética sin precedentes: Bolivia pasó de exportar 6.000 millones de dólares en gas a apenas 1.600 millones.

Morales, en lugar de buscar soluciones, convocó bloqueos de carreteras y acusó a Arce de «entreguista». La izquierda boliviana, otrora ejemplo continental, ahora es sinónimo de caos.

El manual castrochavista: «Elecciones sí, pero solo si gano yo»

Como Chávez en Venezuela, Morales usa las urnas hasta que dejan de servirle. En 2016, ignoró un referéndum que le prohibía postularse de nuevo y se declaró «candidato del pueblo». Hoy repite el guion: exige al Tribunal Electoral que lo inscriba pese a que la Constitución limita a dos mandatos (él ya gobernó tres).

Incluso amenazó con «paralizar Bolivia» si no lo aceptan. Mientras, sus seguidores —igual que los «colectivos» chavistas— intimidan a rivales: declararon «traidor» a Andrónico Rodríguez, su exdelfín, por atreverse a candidatearse sin su permiso. Aunque lo hiciera por otro partido. Uno ajeno al MAS.

¿Tiene futuro Morales? Solo si Bolivia olvida su pasado

Las opciones del expresidente son escasas, pero no nulas:

  • Opción 1: Intentar una jugada legal. Pan-Bol, el partido que usa como «prestanombres», perdió su personería jurídica, pero Morales insiste en que lo habiliten.
  • Opción 2: Replicar el «autogolpe» de Chávez en 1992. Sus seguidores ya bloquearon carreteras y hubo choques mortales con la policía.
  • Opción 3: Esperar a que el MAS colapse y refundar su movimiento desde el Trópico de Cochabamba, su bastión cocalero.

Pero hay un problema: Bolivia ya no es la de 2006. La gente recuerda que, bajo su mandato, la corrupción devoró empresas estatales como YPFB y que su obsesión por el poder los dejó sin reservas de gas. Además, el castrochavismo ya no seduce como antes: Venezuela es un espejo que asusta, no inspira.

Epílogo: La lección que no aprendió

Fidel Castro murió en el poder; Chávez también. Morales quiere imitarlos, pero Bolivia le ha cerrado la puerta. Su legado ya no es el «Estado plurinacional», sino un país dividido, sin gas y con una izquierda que prefiere matarse entre sí antes que gobernar. Como escribió un analista: «Evo no es víctima de la derecha; es el verdugo de su propio proyecto». Y eso, al final, es lo único que la historia recordará.

Deja un comentario