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Por Jorge Menéndez ()
Cabrils.- El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa. Los centros de poder económico y político se desplazan hacia Asia, mientras Occidente parece aferrarse a un modelo que ya no responde a las nuevas realidades globales.
La economía china, con su mezcla singular de planificación socialista y apertura al mercado, avanza con paso firme hacia el liderazgo mundial. Su estrategia, aunque a veces cuestionable, ha sido clara: invertir en infraestructuras, asegurar materias primas y construir alianzas sólidas.
China no solo ha impulsado el proyecto de la Ruta de la Seda, sino que ha promovido plataformas como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái, que agrupan a las economías emergentes más dinámicas del planeta.
Estas iniciativas cuentan con bancos propios, monedas alternativas y una visión de desarrollo compartido. Frente a esto, Europa se muestra reticente, atrapada en prejuicios ideológicos y en una nostalgia de grandeza que ya no se corresponde con su peso real en el tablero internacional.
La guerra en Ucrania ha sido el catalizador de una serie de decisiones que han debilitado a Europa. El apoyo incondicional, sin una estrategia clara de resolución, ha vaciado las arcas públicas, deslocalizado empresas y erosionado la competitividad industrial. Mientras otros países apuestan por la cooperación y el desarrollo, Europa se embarca en una guerra de desgaste que no puede ganar y que no le pertenece.
La exclusión de Rusia en los intentos europeos de negociar la paz ha sido un error estratégico de gran magnitud. La seguridad europea no puede construirse sin contar con Rusia, y viceversa. Esta ceguera política, alimentada por la rusofobia, ha marginado a Europa de los procesos diplomáticos más relevantes y ha debilitado su posición internacional.
El desfile de conmemoración de la victoria china sobre Japón fue una muestra clara del nuevo orden: allí estuvieron presentes los líderes de las economías más pujantes del mundo, incluyendo India y Rusia. De la Unión Europea, solo asistió el presidente de Eslovaquia. Un gesto que habla por sí solo.
Mientras Europa paga precios desorbitados por energía, fertilizantes y materias primas que antes adquiría a Rusia a costos razonables, sus empresas pierden competitividad y cierran. Las guerras arancelarias y los impuestos crecientes para financiar un conflicto ajeno agravan aún más la situación.
Es hora de que Europa despierte. De que sus líderes reconozcan los errores, abandonen la arrogancia ideológica y se adapten a las nuevas dinámicas geopolíticas. El tiempo perdido no se recupera, pero aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo.