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Durante toda su vida, Eugene Merle Shoemaker soñó con viajar al espacio. Geólogo, astrobiólogo y pionero en el estudio de cráteres de impacto, fue una de las mentes más brillantes que ayudaron a que el Apolo 11 llegara a buen puerto.
Diseñó los mapas lunares, probó los trajes espaciales, y enseñó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin a leer las cicatrices geológicas del satélite. Pero a pesar de su dedicación, Gene jamás pudo ir al espacio: un problema médico le impidió ser astronauta.
Hasta que la muerte le cumplió su deseo.
El 18 de julio de 1997, mientras exploraba cráteres en Australia, Shoemaker falleció en un accidente de tráfico. Tenía 69 años. Poco después, la NASA y la compañía Celestis Inc. decidieron rendirle el más insólito homenaje: enviaron parte de sus cenizas a la Luna.
Las cenizas fueron colocadas en una cápsula de policarbonato, dentro de una funda de aluminio, acompañadas por una imagen del cometa Hale-Bopp —el último que estudió— y un fragmento de Romeo y Julieta de Shakespeare:
“Cuando yo muera, córtalo en mil estrellas menudas… lucirá tan hermoso el firmamento que el mundo, enamorado de la noche, dejará de adorar al sol hiriente.”
El 6 de enero de 1998, la nave Lunar Prospector despegó desde Cabo Cañaveral. Y el 31 de julio de 1999, se estrelló deliberadamente en un cráter del Polo Sur lunar, llevando consigo la cápsula con los restos de Shoemaker.
Desde entonces, Eugene Merle Shoemaker es la única persona cuyos restos descansan fuera del planeta Tierra.
El hombre que soñaba con la Luna… terminó formando parte de ella.