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Por Carlos Carballido
Rockwall,TX.- Israel ha golpeado recientemente infraestructura crítica vinculada al programa nuclear iraní. ¿Lo hizo por capricho o por necesidad? ¿Por presión interna o por cálculo estratégico? La realidad es que este ataque, más allá del ruido político y mediático, se conecta directamente con un hecho contundente: Irán ha declarado que posee uranio enriquecido al 60%. Y eso, para cualquiera que entienda de seguridad nacional, cambia las reglas del juego.
Para entender un conflicto no basta con apegos ideológicos en un bando u otro sino en analizar el gran angular de la Fotografía.
En términos técnicos, el uranio enriquecido al 60% está peligrosamente cerca del umbral del 90% necesario para una bomba nuclear. Para llegar del 60 al 90 no se requiere un salto tecnológico gigante, sino una decisión política y algunas semanas o meses de trabajo, dependiendo de los equipos disponibles.
Lo dijo sin rodeos David Albright, presidente del Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional (ISIS): “Si Irán decide construir una bomba, el enriquecimiento al 60% es un paso previo crítico que acorta drásticamente el tiempo de ruptura.” En otras palabras, el arma no está hecha, pero ya se fabricaron las balas.
El propio Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), que no responde a intereses israelíes ni estadounidenses, confirmó la presencia de uranio enriquecido al 60% en las instalaciones de Fordow y Natanz. Además, Irán solo no lo negó, sino que lo presentó como un logro nacional, casi como una advertencia disfrazada de orgullo científico.
El problema es que desde 2021, Irán ha limitado severamente el acceso de los inspectores de la OIEA, lo que implica que lo que no se ve podría ser más peligroso que lo que se muestra.
Un Irán con capacidad nuclear no solo cambiaría el equilibrio militar: cambiaría el lenguaje mismo de la disuasión en el Medio Oriente debido a que Israel no tiene profundidad estratégica. Sus principales ciudades, infraestructura militar y sitios nucleares están a menos de 100 km entre sí. Un solo misil nuclear lanzado contra Tel Aviv, Haifa o Jerusalén podría matar entre 200.000 y 500.000 personas de inmediato, sin contar los efectos de radiación y colapso del sistema hospitalario, energético y de transporte.
Pero viendo el hecho como respuesta nuclear automática de Israel, debe tenerse en cuenta que, aunque nunca ha confirmado su arsenal, se estima que posee entre 80 y 200 ojivas nucleares. Si se ve atacado con armas nucleares, responderá, y Teherán, Qom e Isfahan desaparecerían del mapa en cuestión de horas.
Un conflicto así, lo empiece quien lo empiece, derivaría en una devastación regional. Arabia Saudita, Jordania, Irak y el Líbano recibirían la radiación y la lluvia ácida resultante. La región entera se volvería inhabitable por años. Lo que hoy es guerra indirecta (milicias, drones, sabotajes) se convertiría en un apocalipsis con miles de muertos y millones de desplazados.
Ahora bien, para el resto del mundo, alejado del conflicto, el Colapso económico sería de proporción global. El cierre del estrecho de Ormuz, que controla más del 20% del tránsito mundial de petróleo, paralizaría los mercados y dispararía los precios del crudo a niveles sin precedentes. El caos económico alcanzaría Europa, Asia y América.
En este nuevo conflicto en el que al parecer arrastrarán sí o sí a EE.UU habría que cuestionarse varios hechos que al parecer no entendimos bien en su momento:
Durante su mandato, Trump viajó a Arabia Saudita y luego a Israel bajo una aparente agenda comercial. Pero quienes entienden los códigos diplomáticos saben que el programa nuclear iraní fue parte del menú principal, no el postre.
Los Acuerdos de Abraham no solo normalizaron relaciones entre Israel y varios países árabes: formalizaron un frente común contra Irán. La retórica fue económica, pero el trasfondo fue militar. El “enemigo” dejó de ser Israel y pasó a ser el régimen de los ayatolás.
Porque tiene respaldo tácito y aunque se habla poco, los países árabes sunitas también temen a Irán. La comunidad internacional está distraída con Ucrania, Taiwán o sus propias elecciones y en la administración anterior con Biden debilitado, no era una buena época para marcar territorio como quiere hacerlo Israel ahora.
No es coincidencia que este ataque ocurra tras renovados contactos entre Israel, Arabia Saudita y los Emiratos. Se percibe un alineamiento invisible, pero real.
Aunque oficialmente no lo confirman, es altamente probable que Israel esté usando corredores aéreos que pasan por Jordania, Irak o incluso Arabia Saudita para alcanzar objetivos iraníes. Que lo permitan, o que no lo impidan, es una forma silenciosa de complicidad estratégica. Los mas de 1500 kilómetros que separan a ambos países impiden ataques aéreos directos desde Tel Aviv. Eso no es una alianza abierta, pero sí una señal clara: varios países árabes preferirían que Israel resuelva “el problema iraní” por ellos.
Sí. Irán no es homogéneo. Persas chiitas dominan el gobierno, pero existen kurdos, árabes, baluches, azeríes y turcomanos, muchos de los cuales son sunitas o seculares, y están cansados de la opresión de Teherán. En un contexto de debilitamiento del gobierno central por ataques externos, estos grupos podrían intentar rebelarse o declarar autonomía.
No sería la primera vez que una potencia aprovecha tensiones internas para erosionar un régimen. Y en Irán el descontento ya existe, solo falta el catalizador para generar posteriormente no solo un aumento de la militarización del Golfo Pérsico, sino inestabilidad energética global, migraciones masivas hacia Europa entre otros problemas. .
¿Es válido el ataque de Israel? Desde el punto de vista legal, discutible. Desde el punto de vista moral, debatible. Pero desde el punto de vista estratégico, parece inevitable. Israel no puede darse el lujo de esperar a que lo ataquen primero. Y los hechos apuntan a que Irán no enriquece uranio para encender una lámpara, sino para ser intocable.
Y si el costo de la inacción es la aniquilación, entonces la acción, aunque riesgosa, parece justificable.