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Por Fernando Clavero ()
La Habana.- En el béisbol cubano, donde la pelota debería ser sinónimo de alegría y tradición, la violencia sigue siendo el árbitro silencioso que nunca es expulsado del juego. El reciente incidente entre Eriel Sánchez y Miguel Rojas en Sancti Spíritus no es más que el último capítulo de una larga historia de agresiones que quedan en la impunidad. Como bien dice el refrán pelotero: «Aquí no pasa nada, y si pasa, se barre debajo del terreno».
Sancti Spíritus intenta hoy lavarle las manos -y la reputación- a Eriel Sánchez, presentando su agresión con «un palito de lanzadores» como un acto de legítima defensa. En su entrevista con Escambray, Sánchez describe una versión donde él es víctima de una invasión a su espacio privado, donde solo se defendió de una agresión inesperada. La narrativa está cuidadosamente construida: no fue un bate, fue un palo de ejercicios; no fue premeditado, fue defensivo; Rojas llegó primero a su oficina. La pregunta es: ¿estamos ante una justificación o ante una reconstrucción de los hechos?
Lea la entrevista en Escambray aquí: (https://www.escambray.cu/2025/eriel-sanchez-me-siento-apenado-avergonzado/)
La historia se repite en el béisbol cubano con una monotonía preocupante. Recordemos a César Valdés agrediendo a Sigfredo Barros en pleno estadio Latinoamericano. Una pelea de león para mono, de joven corpulento contra viejo achacoso. O a Michel Enríquez atacando al árbitro José Pérez Julién, fuera del estadio, días después. En todos los casos, el guion es similar: arrebato emocional, agresión física y luego el silencio institucional que todo lo tapa. La justicia ordinaria nunca entra en estos asuntos, como si el béisbol existiera en un territorio extraterritorial donde las leyes civiles no aplican.
Eriel Sánchez insiste en que no es un hombre violento, que esto fue una excepción en su conducta, que todo ocurrió «al calor del momento». Sin embargo, cuando un directivo profesional pierde el control hasta el punto de usar un objeto contundente contra otra persona -sea bate, palo o lo que fuera- estamos ante algo más que un simple arranque de ira. Estamos ante la demostración de que en el béisbol cubano sigue primando la ley del más fuerte, donde los excesos se justifican y las responsabilidades se diluyen.
Lo más preocupante de todo esto es el mensaje que se envía a las nuevas generaciones de peloteros y aficionados. Cuando las figuras del deporte resuelven sus diferencias a golpes, cuando los directores se convierten en agresores, y cuando todo queda en simples amonestaciones privadas, estamos fomentando una cultura de violencia que nada tiene que ver con los valores deportivos. El béisbol merece más respeto, y los jugadores y directivos, mayor profesionalidad.Pero eso es lo que no se le puede pedir a los actores de una liga de mierda, como la cubana.
Al final, como bien dice el pueblo, «en el béisbol cubano todo cambia para que todo siga igual». Eriel Sánchez lloró en su entrevista, mostró arrepentimiento, pero la verdadera prueba estará en las acciones de la Comisión Nacional. ¿Aplicarán sanciones ejemplarizantes o seguirán la tradición de mirar hacia otro lado?
El béisbol cubano necesita menos «cojones» y más cerebro, menos arranques pasionales y más profesionalismo. Porque como bien saben los buenos peloteros: el exceso de coraje no resuelve nada, solo crea outs innecesarios.