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Epidemia silenciada: muertes evitables y abandono en la Cuba comunista

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Por Jorge L. León (Historiador e Investigador)

Houston.- Una nueva tragedia sacude a Cuba. No se trata de la escasez de pan ni del apagón interminable, sino de algo más profundo y devastador: una epidemia que se cobra vidas en medio del silencio oficial y la ineficiencia del sistema.

Desde inicios de 2025, el país atraviesa una crisis sanitaria inédita desde la pandemia de 2020. Brotes de dengue, chikungunya y otras enfermedades transmitidas por el mosquito Aedes aegypti se expanden sin control, mientras el Estado intenta ocultar la magnitud real del desastre.

El Ministerio de Salud Pública ha reconocido oficialmente solo tres muertes por dengue en 2025, cifra que nadie cree. En barrios de La Habana, Camagüey y Artemisa, las familias lloran a sus muertos, muchos de ellos ancianos o niños que nunca fueron diagnosticados a tiempo. Médicos extenuados hablan de hospitales sin reactivos, sin medicamentos, sin camas y, muchas veces, sin electricidad.

La realidad es que Cuba se ha convertido en un caldo de cultivo epidemiológico. Basura sin recoger, aguas estancadas, fallos en el suministro de agua potable y cortes eléctricos que impiden usar mosquiteros o ventiladores crean el ambiente perfecto para la proliferación del mosquito transmisor. Según informes independientes, más del 60 % de los criaderos detectados se concentran en zonas urbanas densamente pobladas.

El gobierno atrapado en su discurso

Mientras tanto, el propio Ministerio reconoció más de 20 000 casos de chikungunya, pero el número real podría triplicar esa cifra. ONGs y organismos humanitarios han pedido que se declare “emergencia sanitaria nacional”, solicitud ignorada por las autoridades.

El gobierno, atrapado en su propio discurso triunfalista, prefiere negar lo evidente. Los medios oficiales hablan de “control” y “éxito en la prevención”, mientras los hospitales rebosan de enfermos febriles y los funerales se multiplican. En Matanzas, el ministro de Salud negó públicamente muertes por dengue, calificando los reportes ciudadanos de “rumores malintencionados”. Esa negación sistemática es el rostro más frío de la ineficiencia.

Ante la creciente alarma popular, el régimen ha intentado desviar la atención hacia el paso del reciente huracán, utilizando la devastación natural como cortina de humo. Las cámaras de la televisión estatal recorren techos caídos y postes derribados, pero jamás muestran los hospitales colapsados ni las morgues llenas. La tragedia climática ha sido instrumentalizada como coartada política para justificar la falta de atención médica, los apagones prolongados y la ausencia de medicamentos. Sin embargo, los ciudadanos saben distinguir entre una tormenta pasajera y un desastre permanente: el que provoca la incuria del sistema.

La ineficiencia del sistema se muestra en cada detalle:

• Brigadas de fumigación sin combustible ni productos activos.
• Centros de salud sin termómetros, jeringuillas o sueros.
• Reactivos de laboratorio agotados.
• Médicos obligados a atender decenas de pacientes sin recursos básicos.
• Familias que pagan en dólares medicinas importadas por el mercado informal.

Los epidemiólogos señalan que esta crisis era previsible y evitable. El deterioro del sistema sanitario —antes orgullo del régimen— es hoy un espejo de la economía: colapsado, improductivo y dependiente de donaciones externas. La infraestructura hospitalaria se desmorona igual que la red eléctrica o los transportes públicos.

La epidemia es, en sí misma, una metáfora del fracaso nacional. Donde debería haber prevención, hay burocracia; donde se necesitan medicinas, hay consignas; donde hace falta información, hay censura.
El pueblo, abandonado a su suerte, intenta sobrevivir con infusiones caseras, ventiladores rotos y oraciones. Los médicos, héroes silenciosos, arriesgan su salud en hospitales donde falta toda menos resignación.

Cada muerte que se produce por falta de suero, por fiebre hemorrágica sin diagnóstico o por la simple ausencia de atención oportuna es un crimen de Estado por omisión. No hay justificación posible cuando el aparato político destina más recursos a propaganda que a mosquicidas.

Una tragedia sanitaria

Cuba vive hoy una tragedia sanitaria, pero también moral. La salud —que durante décadas fue bandera del socialismo cubano— se ha convertido en su evidencia más dolorosa de ruina. No hay estadísticas creíbles, ni prensa libre, ni reconocimiento del sufrimiento real de la población.

El silencio oficial no cura; mata.

En un país donde los hospitales no curan y los mosquitos se multiplican, la muerte se ha vuelto rutina. Y cuando el Estado miente sobre los muertos, la mentira se convierte en política de salud.

Asi las cosas, el colapso sanitario de Cuba revela el derrumbe integral del sistema. La epidemia no es solo biológica: es económica, institucional y moral. Las muertes evitables son la factura final de un modelo que priorizó el control político sobre la vida humana.

El comunismo cubano, en su empeño por sostener el poder a toda costa, ha convertido la salud en otro campo de batalla ideológica. Mientras el pueblo muere por picaduras de mosquito, el régimen proclama victorias imaginarias y desvía la mirada hacia huracanes o fantasmas externos. Hasta que el gobierno reconozca la magnitud real del desastre, asuma su responsabilidad y permita la cooperación internacional sin condiciones, Cuba seguirá siendo una isla enferma: de dengue, de hambre y de silencio.

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