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¿EN SERIO HAY QUE SER ECONOMISTA?

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Madelyn Sardiñas Padrón ()
Camagüey.- Hace unos días, intrusa como soy, comenté un post de un prestigioso economista cubano, uno de esos con los pies puestos cerca de la tierra, que dice lo que piensa sin tapujos. Se comentaba, ¡oootra vez! sobre las sanciones de EEUU como causa fundamental de nuestros males. El debate se centraba en que, mientras unos no reconocen que sus decisiones también son causa del problema y culpan de todo a las sanciones, otros insisten en que esas sanciones no existen o no ocasionan daño alguno.
Y coincido plenamente con el especialista en que aquí hay de todo un poco y mucha tela por donde cortar. Comenté lo mismo de siempre; no es posible demostrar que las mencionadas sanciones son la causa fundamental del problema, sin antes cuantificar la magnitud del daño resultante de sucesivos errores en política económica cometidos por el gobierno cubano durante más de 65 años, como causas de la situación económica actual del país para, mediante comparación simple, determinar cuál ha provocado un mayor daño, definiendo así cuál es la fundamental. Las ciencias de la gestión y la lógica matemática son las bases de este comentario.
Primero hay que identificar todas las causas y cuantificar su impacto para compararlas y definir cuál es la fundamental. Este es un principio básico de la gestión en cualquier ámbito, si realmente se quiere solucionar un problema. Lo que sigue es profundizar en las causas de cada causa directa tanto como se requiera, o sea posible, hasta llegar a la causa raíz del problema. Sólo las soluciones encaminadas a eliminar esta última o minimizar su impacto serán efectivas para erradicar el problema.
El especialista me preguntó si soy economista. Según él, cualquiera puede notar un problema económico a partir de la observación simple de los hechos, pero “para entenderlos en sus estructuras más profundas, identificar sus causas, medir sus consecuencias y proponer soluciones, sí hay que ser economista”.
Más que una ofensa o cuestionamiento por mi intromisión, la afirmación me resultó tan alarmante, que decidí escribir este comentario.
La frase en sí misma refleja el nivel de exclusión que impera en Cuba. Si sólo los economistas pueden entender en profundidad los problemas económicos, identificar sus causas, evaluar sus impactos y proponer soluciones, entonces los economistas encargados de asesorar a los decisores cubanos parecen vivir en otro país, o no tener las competencias suficientes para dar consejos adecuados, o sus consejos no importan a los decisores. Al menos eso es lo que se ve desde este plano “inferior».
Por sólo mencionar un ejemplo, el diseño del ordenamiento, según se dijo, fue resultado de 10 años de trabajo conjunto con expertos y académicos. No creo que haya un alma que discrepe en que el ordenamiento y su posterior ordenamiento del ordenamiento fue un total desastre y no cumplió ninguno de sus objetivos.
Nunca se divulgó el contenido de la canasta básica que supuestamente se usó para calcular el salario mínimo y las pensiones, pero es evidente que estaba muy por debajo de lo necesario para garantizar una vida digna. Al parecer, se asumió como básico lo que se distribuía a través de la canasta familiar normada y alguna que otra cosa. ¡Ay, la transparencia! El diseño de una canasta básica requiere de especialistas en nutrición, psicología y hasta sociólogos.
Una escala salarial que no reconoce las diferencias que hace el conocimiento es contraria al objetivo de “enderezar» la pirámide ocupacional. Este aspecto es una de las esencias de la gestión del capital humano; no de los economistas.
No se eliminó la dualidad monetaria; divorciaron el CUP del CUC, pero quedó el MLC, para colmo, inaccesible a través de CUP que, por demás, es la moneda autorizada para pagar los salarios. Establecer una tasa de cambio fija USD:CUP de 1:24 para una moneda sin respaldo alguno fue un error garrafal. Esto es puramente económico, especialmente en su rama dedicada a las finanzas.
La “tapa del pomo» fue la ausencia total de acciones encaminadas al aumento de la oferta de bienes de consumo de primera necesidad en la moneda en que se reciben los ingresos procedentes del trabajo. Esto requiere de conocimientos económicos, concretamente en su rama de marketing, pero las ideas de cómo producir los bienes para surtir esos mercados pasa por especialistas e ingenieros vinculados a la industria manufacturera y de servicios.
Siete meses tardaron en ponerse de acuerdo acerca de las actividades económicas, cuyo ejercicio no iban a prohibir en el sector privado. Finalmente, la “flexibilización» fue sólo aparente. Dieron a luz una empresa privada, imposibilitada de crecer más allá de ser mediana y con restricciones hasta en su autonomía, sin hablar de la insólita lista de actividades económicas prohibidas para esa forma de propiedad. La solución de este asunto requiere de la aplicación de un enfoque multidisciplinario, en el que los economistas tienen su papel, pero no son los únicos.
¿Consecuencias? Los que tenían ahorros los vieron convertirse en humo por una inflación sin precedentes. Los más pobres entonces, son aún más pobres ahora.
En los últimos cuatro años han cerrado una puerta después de haber abierto cada hendija, en un pa’lante y pa’trá que sólo genera incertidumbre y cada vez menos confianza. No logro imaginar a un economista que respete su profesión diciendo frases como “la realidad se alejó del diseño», o “para desdolarizar la economía hay que transitar por la dolarización”. Esto es cosa de políticos, ¡digo yo!, desde mi perspectiva de no economista.
En otro post, el economista reconoce que la solución del problema de Cuba trasciende lo económico y que requiere de cambios políticos. Dice el profesor que “los cambios políticos necesarios, que implican transparencia, participación real, discusión y debate, rendición de cuentas, remoción de la unanimidad complaciente, cambios en el sistema electoral, etc., además de la reforma económica integral (…), tienen que tener en cuenta el bloqueo y la política agresiva de los Estados Unidos.”
Y yo pregunto:
¿Cómo lograr transparencia, participación real, discusión y debate en un ambiente de censura de la opinión diferente? Esto no lo puede responder un economista sólo a partir de los conocimientos de su especialidad.
La respuesta es clara y única: primero hay que remover la censura. ¿Están dispuestos los que dirigen a hacer tal cosa? No han dado señales reales de ello hasta el momento. Los “conversatorios» posteriores al 11J no fueron diálogos ni debates; fueron obras de teatro donde cada quien jugaba su papel. Incluso si había alguna “oveja descarriada» o algún “confundido», venía bien su comentario para transmitir la idea de inclusión y receptividad.
¿Cómo lograr una efectiva rendición de cuentas y la remoción de la unanimidad complaciente en una oligarquía constitucional?
Un aparato legislativo integrado en más del 50% por militantes del partido único que no representa ni el 10% de la población cubana, convencidos de la “inmortalidad del partido” y su “incapacidad de equivocarse», jamás dejará de ser unánime. Si a eso se suma que quienes osan hacerlo se desaparecen de la vista pública como por arte de birlibirloque, entonces allí está la respuesta.
¿Cómo otra ley electoral podría garantizar que el nuevo Parlamento y el nuevo Presidente no sean igual de continuistas que los actuales, con el estigma del partido único como fuerza dirigente superior de la sociedad que impone el artículo 5 de la Constitución vigente?
¿Cómo introducir una reforma económica integral, mientras se mantiene el capricho de controlar todo, mientras se legisla la deslealtad en la competencia por el mercado, se mutila la autonomía de las empresas, incluidas las privadas y se establecen prohibiciones irracionales al ejercicio de actividades económicas en el sector privado, por solo citar algunos ejemplos?
Nada de lo anterior guarda relación alguna con las medidas de los EE.UU. contra Cuba, las que tampoco justifican la desproporción de las inversiones en turismo en detrimento de sectores como la agricultura, la industria y, en especial, el energético. No hay que ser economista para saber que una de las causas de esta debacle es la pésima política inversionista. Mientras se construyen alambiques de energía eléctrica, se posponen, incluso, las acciones de mantenimiento necesarias en el muy envejecido sector energético.
La práctica de posponer o desatender lo importante para resolver lo urgente, que ha caracterizado al gobierno cubano en las últimas seis décadas y media, indica la ausencia de toda clase de proyección de futuro. Los vaivenes en las decisiones, por su parte, reflejan la falta de interés de la oligarquía gobernante para solucionar el problema en beneficio de todos.
Por eso, los cambios mencionados sólo serían un colorete para una piel arrugada, como la mía. Si se quiere transformar la realidad cubana, lo primero es eliminar el sistema oligárquico que establece la Constitución. No se trata de derrocar un gobierno, mucho menos de renunciar a nuestra soberanía como nación. Se trata de crear, entre todos, una Cuba realmente próspera, donde la justicia social, que incluye el respeto y garantía de los derechos individuales, así como la soberanía popular sean nuestras banderas; una Cuba, de la que nuestros hijos no quieran marcharse.
¿En serio hay que ser economista?

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