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El violinista que tocaba para salvar vidas

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Cracovia, 1941: Mientras las calles estaban marcadas por la ocupación, un hombre tocaba su violín cada día en el mercado. Se llamaba Janek Nowak, y sus melodías escondían un código que pocos conocían.

Una mazurca podía significar que un mensaje había llegado. Un vals, que el camino era seguro. Un cambio repentino de tonalidad, una advertencia.

Entre quienes lo escuchaban había soldados alemanes que dejaban caer monedas sin sospechar que, bajo el terciopelo del estuche, se deslizaban papeles con información para la Resistencia polaca.

Janek nunca levantó sospechas. Sus notas eran su lenguaje secreto, y su música, una red de vida y esperanza.

Una noche interpretó un nocturno de Chopin; entre sus partituras viajaba un documento falso que permitió a una familia escapar de la deportación.

Cuando la guerra terminó, volvió a tocar en la misma esquina. Para muchos, solo era un violinista callejero.

Pero para algunos, sus notas aún resonaban como lo que siempre fueron: una melodía que había salvado vidas. 

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