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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Los diputados cubanos se reúnen estos días para hablar de recuperación energética, como si las palabras pudieran encender los bombillos de un país que lleva meses a oscuras. Mientras el ministro de Energía, Vicente de la O Levy, prepara su informe sobre el «Programa de Gobierno» —esa colección de buenas intenciones que nadie cree ya—, los cubanos cuentan las horas sin luz con la misma resignación con que se cuenta los días para el fin de una condena.

Dieciocho horas de apagones diarios en algunas provincias, termoeléctricas que parecen relicarios de la era soviética, y un calor que derrite hasta la paciencia más estoica. Pero tranquilos: el gobierno tiene un plan. Siempre tiene un plan.

El primer ministro Manuel Marrero lo dijo con esa solemnidad burocrática que ya ni convence a los retratos de Fidel en las oficinas estatales: «El rumbo trazado es el correcto». Claro, el mismo rumbo que ha llevado a que una pensión «aumentada» a 3.056 pesos no alcance ni para comprar medio pollo en el mercado negro. El mismo rumbo que prometió aliviar los apagones este verano y ahora admite, entre líneas, que la luz seguirá yéndose como se va la fe en este gobierno: sin aviso y para no volver pronto.

Mentiras y más mentiras

Lo tragicómico es que los discursos oficiales siguen sonando a letanía revolucionaria mientras la realidad suena a generadores averiados. «Defenderemos los logros de la Revolución», repiten, pero omiten que el único logro visible hoy es que medio país ha aprendido a dormir con 40 grados y mosquitos.

El ministro de Energía habla de «contingencia temporal», como si llevar años con crisis eléctrica fuera un malentendido pasajero. Y mientras, en Santiago de Cuba, la gente carga agua en baldes como en el siglo XIX, y en Santa Clara, los escritores se preguntan si Díaz-Canel volvió de Rusia con algo más que fotos para el álbum de recortes.

El colmo es escuchar que el gobierno culpa al bloqueo —siempre al bloqueo— de no tener combustible, pero no explica por qué Venezuela, también sancionada, ya no les regala petróleo. O por qué las termoeléctricas, esas ruinas humeantes, llevan décadas sin mantenimiento. 

«Es la guerra económica», dicen. Pero en la guerra, al menos, hay bandos definidos. Aquí el único enemigo parece ser la incompetencia: la de un sistema que prometió prosperidad y solo ha entregado colas para comprar pan y protocolos de cómo sobrevivir a un apagón de 20 horas.

Lo peor no es que mientan. Es que ni siquiera se esfuerzan en disimular. Marrero anuncia un «mercado cambiario oficial» como si fuera una revolución, cuando todos saben que el dólar real se cotiza donde siempre: en Telegram, WhatsApp y El Toque, ese sitio que el gobierno odia porque hace lo que ellos no pueden: dar cifras reales sin filtro ideológico. 385 pesos por dólar en el mercado informal, dicen. Y subiendo. Como la incredulidad de un pueblo que ya no compra eslóganes.

Lo único liberado es el cinismo

Las pensiones suben, sí. Pero suben como sube la marea en Malecón: para retroceder al instante. Duplicar una pensión de 1.528 pesos —4,50 dólares— es como darle un chaleco salvavidas de papel a quien se ahoga. Y lo saben. Por eso el anuncio viene envuelto en ese cinismo de «no podemos hacer más». Como si después de 66 años de revolución, el país estuviera en bancarrota por culpa de un memorando de Trump y no de una gerencia que confunde planificación económica con lotería.

Al final, lo único que funciona sin fallos en Cuba es la máquina de fabricar excusas. «No hay recursos», dicen, pero hay dinero para represión. «Es el bloqueo», gritan, pero los mismos de siempre viajan a foros internacionales.

Y mientras, el pueblo hace cola para lo imposible: luz, comida, medicinas, esperanza. Porque lo único que no se raciona aquí es el cinismo. Díaz-Canel puede decir que construyen «una sociedad próspera», pero ni él se lo cree. La prueba está en que ni sus discursos graban con luz natural: siempre usan generadores.

Así llegamos al verano del 2025: con dirigentes que hablan de futuro mientras el presente se apaga, literalmente. Y con un pueblo que ya no pide soluciones, solo sabe que, cuando vuelva la luz, será hora de cargar el teléfono y reírse de otro informe ministerial. Porque en Cuba, la única energía renovable que nunca se agota es el humor negro.

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