
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Redacción Nacional
Las Tunas.- Casualmente ayer hablábamos de Las Tunas, la provincia más mala de Cuba con una empresa de Correos vanguardia nacional. Parece que Díaz-Canel nos leyó y este viernes Jobabo amaneció con limpieza de última hora. Pintaron la entrada del politécnico, escondieron la vaca flaca detrás del marabú y le dieron un baño de formalina a la realidad. Porque en Cuba, cuando el presidente visita, todo es maquillaje y utilería.
Miguel Díaz-Canel llegó a territorio tunero, acompañado de su comitiva de adulones, para evaluar “el desarrollo económico y social” de la provincia. Traducción libre: vino a pasear, tomarse fotos, hablar de metas que jamás cumplirá y dar palmaditas en la espalda a los que aún creen en milagros.
Paró primero en la Unidad Básica de Producción Agropecuaria “Primero de Enero”. Cuarenta y tres trabajadores en un sitio que, según dicen, ha tenido pérdidas y reducción del ganado. ¿Y qué propone el presidente para revertir eso? Diversificar con maíz y arroz. ¡Bravo! Como si el arroz creciera solo, sin agua, sin fertilizantes, sin máquinas que no se rompan cada tres días. Como si bastara con señalar una caballería y decir: “ahí va el cereal”. Canel parece creer que los campos cubanos funcionan como su cuenta en X: pones un posteo con optimismo y se resuelve la economía.
Lo más delirante es que le pidan a los trabajadores que “den ideas” para superar la crisis. ¿Ideas? ¿A quién se le ocurre que el problema de la agricultura cubana es la falta de ideas? Lo que falta es libertad, autonomía, financiamiento, respeto a la propiedad privada. No es cuestión de cerebro, es de estructura. Pero claro, el presidente llega, lanza dos frases motivacionales, se va y deja a los mismos tipos rompiéndose el lomo por cuatro pesos y un picadillo de soya.
También hizo escala en un politécnico con nombre de guerra: “Manifiesto de Montecristi”. Allí vio lo que siempre quiere ver: una vitrina. Un aula modelo con estudiantes que aplauden por orden, profesores agradecidos por no haber sido olvidados y pancartas con palabras como “compromiso” y “prosperidad”. Salió emocionado. Dijo que el centro es un “referente”. Referente de qué, no lo aclaró. Porque si algo saben los cubanos es que la educación técnica está hecha pedazos, igual que la electricidad, el transporte y la esperanza.
La gira continuó hasta el municipio de Colombia. Visitó un hogar de ancianos y se sintió satisfecho al verlos “bien atendidos”. Quizás le prepararon un menú especial, quizás le pusieron los mejores colchones en la sala de exposición. Eso hacen cuando llega la prensa. Pero pregúntenle a cualquier viejo de a pie cuántas veces come carne o cuánto tarda en llegarle una medicina. Pregunten y verán la respuesta.
Lo más pintoresco fue el caso del joven Jesús Rodríguez. En nueve meses convirtió una caballería de marabú en un vergel. Cuarenta toneladas de viandas y hortalizas. Un milagro de cooperación internacional. Eso sí hay que aplaudirlo. No a Canel, sino al campesino. En este país, el único que produce es el que hace las cosas a pesar del gobierno, no gracias a él. A Jesús deberían darle tierras, insumos y libertad. Pero no lo harán. Aquí al que destaca lo vigilan, y si habla mucho, lo sancionan.
En resumen, Díaz-Canel llegó, sonrió, improvisó frases, abrazó a dos o tres personas, y se fue. Dejó tras de sí el mismo país hundido, los mismos apagones, el mismo arroz sin aceite. Su visita fue otro capítulo de ese realismo mágico donde la miseria se disfraza de progreso. Un teatro pobre con actores sin salario y un público cada vez más cansado de fingir que cree.