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El Silencio de los Inocentes: Assel y Landy, el abandono que La Habana no quiere reconocer

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Por Anette Espinosa ()

 La Habana.- Hace seis años y medio, dos médicos cubanos, Assel Herrera y Landy Rodríguez, fueron arrancados de su misión en Kenia por el grupo terrorista Al Shabab. Desde entonces, sus vidas se convirtieron en una moneda de cambio, en un problema incómodo para un gobierno que pregona el internacionalismo como bandera, pero que cuando la crisis toca a su puerta, responde con un silencio ensordecedor y una inacción que huele a complicidad.

Seis años y medio de gestiones «ingentes», dicen ellos; seis años y medio de promesas vacías y de una espera que, mientras para las familias es una tortura china, para el resto del mundo es una clara señal de abandono.

El momento de la verdad, o más bien de la evidencia que el régimen se niega a mirar a la cara, llegó en febrero de 2024. Al Shabab anunció que ambos galenos habían muerto en un bombardeo estadounidense en la ciudad somalí de Jilib. La noticia, acompañada de perturbadoras imágenes, recorrió el mundo. Sin embargo, en La Habana, los altos mandos se apresuraron a esconder la cabeza bajo la tierra.

El gobierno cubano, en una declaración que parecía más un ejercicio de ambigüedad que un parte oficial, se limitó a decir que los datos eran «insuficientes» para confirmar la noticia. ¿Qué más necesitaban? ¿Acaso una carta firmada por el propio Al Shabab con membrete? La falta de transparencia no fue un error; fue una estrategia.

Las preguntas incómodas al castrismo

La pregunta que retumba en el vacío de este silencio es tan obvia como dolorosa: ¿por qué el gobierno cubano nunca pagó el rescate? En mayo de 2019, apenas un mes después del secuestro, los terroristas fueron claros: exigían 1,5 millones de dólares por la libertad de nuestros compatriotas.

Kenia, se informó, se negó a pagar. Pero, ¿y Cuba? ¿Dónde quedó entonces el famoso principio de «no dejamos a nadie atrás»? Prefirieron ahorrar esos dólares, mientras condenaban a dos de sus ciudadanos a un cautiverio infinito. Esa decisión, o la falta de ella, los hace tan responsables de su destino final como a los que apretaron el gatillo.

La farsa posterior a la noticia de su muerte fue un espectáculo bochornoso. Cambiaron el itinerario de Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional, para que hiciera una escala relámpago en Nairobi con el supuesto objetivo de «esclarecer» los hechos. ¿El resultado? Cero. Nada se supo de esa pesquisa.

Fue puro teatro, un paripé diplomático para aparentar acción ante las cámaras, mientras en los pasillos se guardaba un mutismo cómplice. Al mismo tiempo, las familias de Assel y Landy, destrozadas, debían conformarse con la construcción de «una casa muy bonita» que, como bien dijo un compañero de Herrera, no compensa para nada la pérdida.

Su actuar habitual

Este patrón de abandono no es nuevo. Es la misma tiranía que dejó pudrirse durante once años en una prisión somalí a Orlando Cardoso Villavicencio, otro cubano, hasta que la Cruz Roja Internacional logró su liberación.

Sin embargo, cuando se trata de un rédito político claro, el régimen no duda en movilizar recursos millonarios. Lo hicieron con el caso de Elián González y con el de los cinco espías de la Red Avispa. La ecuación es perversa, pero clara: el valor de un ciudadano cubano lo determina su utilidad propagandística. Assel y Landy, al parecer, no la tuvieron.

El gobierno cubano sigue repitiendo su mantra gastado: «No cesará en la esperanza ni en el esfuerzo hasta conocer la verdad», dicen. Pero la verdad se conoce desde hace mucho. La difundió Al Shabab y la confirman la rabia y el dolor de un pueblo que está harto de tanta mentira.

Assel Herrera y Landy Rodríguez fueron abandonados dos veces: primero, cuando se negaron a pagar por su vida, y después, cuando se negaron a reconocer su muerte.

La historia de ambos es la prueba viviente de que para esta dictadura, algunos héroes internacionalistas solo lo son mientras no se conviertan en un problema. Después, son solo daños colaterales, un secreto a gritos que intentan enterrar bajo la arena del desierto y el silencio cómplice de un año tras otro.

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