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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- En el mundo al revés que Javier Tebas habita como un mago desgastado, los vídeos de una televisión clubística se han convertido en el arma letal que adultera la competición. Mientras su gran obra—el partido Villarreal-Barcelona en Miami—se le deshacía entre los dedos, el presidente de LaLiga encontró en el Real Madrid el chivo expiatorio perfecto.
Con la furia del derrotado, señaló los vídeos del Real Madrid TV como si de un pecado capital se tratara, en un espectáculo que olía a derrota y a pólvora gastada. Calló, sin embargo, sobre los 8,4 millones de euros que el Barcelona pagó durante 18 años al ex vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA), José María Enríquez Negreira . Un silencio cómplice, tan elocuente como un grito en una iglesia vacía.
Mientras Tebas gesticulaba contra el Madrid, la casa de los azulgrana se le caía encima con el peso de los informes de la Guardia Civil. Los investigadores concluyeron que no había pruebas de que aquellos millones se pagaran por asesoramientos reales, sino que una parte considerable salió en cheques al portador, un agujero negro por el que desapareció el dinero sin dejar rastro.
Negreira, ese hombre influyente que comunicaba ascensos y descensos a los árbitros y que inspiraba respeto—cuando no miedo—en el comité, aseguraba a Hacienda que el club le pagaba para “no ser perjudicado” y asegurarse arbitrajes “neutrales”. La neutralidad, al parecer, tiene un precio, y se mide en millones.
El desplante de Tebas, sin embargo, no era más que el bufido de un hombre que ve cómo se le escapa de las manos el poder. El proyecto del partido en Miami se canceló oficialmente, según LaLiga, “debido a la incertidumbre generada en España en las últimas semanas”. Una incertidumbre que él mismo alimentó con su torpeza, al infravalorar la fuerza de los jugadores, la oposición del Madrid, y el malestar de organismos como la CONCACAF.
Tebas anunció una victoria antes de tiempo, y la derrota sabe a humillación. Los capitanes de los equipos, sintiéndose ninguneados, plantaron cara con una protesta simbólica que mostró quiénes tienen realmente el poder en el campo.
Aquí, en este nudo de intereses y silencios, la acusación de Tebas contra el Madrid se revela en toda su miseria. Mientras se queja de los vídeos que “presionan al cuerpo arbitral”, hace la vista gorda ante un caso de corrupción deportiva que salpica a uno de sus clubes insignia.
Es el mundo al revés: la queja por una derrota en el Espanyol es “construir una narrativa de victimización”, pero el pago millonario y sin justificación a un directivo arbitral durante casi dos décadas es… ¿asunto menor? ¿Detalle sin importancia? La coherencia, como los millones de Negreira, parece haber desaparecido en efectivo.
Este traspiés en Miami huele a final. Tebas ha atado su presidencia a un proyecto de globalización que acaba de naufragar estrepitosamente, y los capitanes de los barcos —los jugadores— ya no le obedecen. Los clubes murmuran, la federación arrastra los pies, y el Gobierno observa con recelo.
Cuando un líder se queda solo, rodeado de enemigos y de sus propios errores, el suelo bajo sus pies deja de ser firme. La caída del Plan Miami no es un simple tropiezo; es el principio de un adiós.
Al final, en el gran teatro del fútbol español, todo era una cuestión de espejos. Tebas señalaba al Madrid para que nadie mirara hacia Barcelona. Hablaba de adulteración competitiva con la ligera autoridad de quien ha guardado un silencio de años ante la corrupción.
Quizás su presidencia no sobreviva a este fracaso, pero su legado ya está escrito: el de un hombre que vociferó contra unas sombras mientras permitía que la casa se incendiara a su espalda. El fútbol, como la memoria, es implacable. Y la cuenta, tarde o temprano, se presenta.