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EL RIDÍCULO DE DÍAZ-CANEL CON EL INGLÉS (II)

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Por Oscar Durán

La Habana.- La cara de un país ante el mundo es su presidente, pero los cubanos estamos embarcados en ese sentido y en 700 cosas más. En lo que va de año, Miguel Díaz-Canel Bermúdez se ha pasado 47 días fuera de Cuba haciendo cualquier tipo de papelazos. El último lo hizo, again, con el inglés. 

Mi colega Jorge Sotero le exigió mucho al esposo de Lis Cuesta. Ni aunque dure 120 años y tenga los mejores profesores a su lado, va a aprender otro idioma que no sea el de decirle a Mijaín López: “usted es un salvaje, asere”. Pero eso lo voy a dejar para otro comentario, porque si analizamos bien la frase, le dijo animal de selva al mejor deportista del país.

Sin perder el hilo de este trabajo, el primer requisito de un dirigente en Cuba es hablar mal el español. El segundo es no saber que existe el idioma inglés, porque esa es la lengua de los norteamericanos, nuestro enemigo histórico. Y bajo ningún concepto los jefes pueden invertir su tiempo en aprender de memoria todas las formas del verbo to be.

A mí me gusta ver al hombre de la limonada en esas facetas ridículas. Es más, debemos adaptarnos a eso porque las seguirá haciendo. Lamentablemente no tiene a alguien que le diga: “Pipo, lo hiciste mal, deja la bobería y habla el español chamuscado de siempre”.

Al menos Raúl Castro se sabe la guantanamera en ruso y Fidel Castro hablaba un poco el idioma de los británicos. Sin embargo, llegamos a la era Canel, en la que su esposa les prepara los discursos en castellanos y Ecured se los traduce en un idioma donde las palabras muchas gracias se pronuncian Sentiu ery mos.

Si no me cree lo que digo, vea el vídeo en el trabajo de Sotero y póngale subtítulos en inglés para que vea cómo hasta YouTube se pierde con Díaz-Canel. 

Nicolás Maduro, comparado con el mandatario cubano, es nacido y criado en Inglaterra. Es difícil estar a la par de Miguelón con el idioma. Además, cada vez que termina de hablar otra lengua que no es la suya, abajo lo espera la Machi y le dice: “perfecto, mi rey. Tu fonética es increíble. Vivo orgullosa de ti”.

Con esas palabras, cualquiera coge más valor. Si mañana viaja a París, estemos atentos a un numerazo sabroso delante de toda Francia. Aunque si me localiza, yo le puedo enseñar a decir tengo hambre y a pronunciarlo como va: j´ai faim

Ah, y lo haría solamente por una libra de pollo. Prácticamente gratis.

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