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EL PECADO DE HABLAR CON LOS DE ABAJO

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Por Oscar Durán

La Habana.- Me encanta Mike Hammer. Tiene vuelto loco a la dictadura. Dentro del Ministerio del Interior lo deben de catalogar como un nuevo enemigo interno y sumamente poderoso. Hammer se ríe de eso. Va a Miami, habla de todo sobre el régimen; vuelve a La Habana y se monta en la Lanchita de Regla.

Mientras las ciberclarias andan desaforadas hablando del supuesto escándalo que le armó una “Mariana”, Hammer saca un video y pasa de largo con el suceso. Es un crack. Entre los universitarios y Hammer, están haciendo perder la paciencia del nonagenario de Rául Castro.

Desde que Hammer puso un pie en la isla como encargado de Negocios de la embajada de Estados Unidos, el régimen cubano ha entrado en fase de pánico. Los dueños del poder, que por décadas se han sentido dueños de la narrativa y el silencio, no soportan que alguien, sobre todo si viene del norte, se atreva a sentarse a conversar con los de abajo: madres de presos políticos, periodistas independientes, activistas de derechos humanos, pastores con voz propia. Esa gente que para el gobierno no existe, pero que molesta más que un mosquito con hambre.

El escándalo del diplomático estalló cuando Cubadebate –ese panfleto sin alma que pretende llamarse medio de comunicación– publicara un artículo donde acusa a la embajada estadounidense de ser un “instrumento tradicional de subversión”. Según el texto, las acciones del diplomático buscan “interrumpir las relaciones bilaterales”, esas mismas que el castrismo celebró con bombos y platillos en 2015, pero que ahora teme perder porque ya no controla la agenda.

Lo que molesta no es el diálogo, sino con quién se da. Si Hammer se hubiera reunido con los funcionarios del Partido, con los eternos cuadros de la Unión de Jóvenes Comunistas o con los obedientes del Ministerio de Relaciones Exteriores, hoy estarían hablando de su “voluntad de entendimiento”. 

Sin embargo, como se sentó con la Cuba real, la que sufre y grita en voz baja, el régimen lo acusa de violar la Convención de Viena. Lo curioso es que cuando los espías cubanos hacían lobby en los pasillos del Congreso norteamericano, ahí no se hablaba de violaciones diplomáticas.

El pecado de Hammer fue abrir el buzón de su correo electrónico y pedirle a los cubanos que le escribieran. Eso solo bastó para que la Seguridad del Estado entrara en modo guerra fría y comenzaran a arrestar activistas para impedir que dijeran su verdad. Tal como denunció la ONG Cubalex, no quieren que los testimonios salgan. Temen que el mundo sepa lo que pasa en esta isla de represión cotidiana y censura a la carta.

Aquí no hay nada nuevo. Es la misma maquinaria de siempre, disfrazando su miedo de soberanía. La Habana teme el diálogo porque en él se escapan los secretos. Prefiere la propaganda, el acto político, la marcha organizada por el sindicato del miedo. Hablar con el pueblo sin intermediarios, eso sí que es un peligro para la dictadura.

El mensaje es claro: en Cuba, hablar con quien no debes te convierte en objetivo. Eso también confirma algo más importante: que la verdad, por mínima que sea, todavía hace temblar a quienes gobiernan entre rejas invisibles y decretos sin alma.

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