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La Habana.- En una cola frente a la panadería, entre murmullos, alguien recita, del empingue y sin saberlo, una frase de Víctor Hugo: «Hay momentos en que el alma, como la tierra, necesita tormentas». Y aquí la tormenta nunca se disipa, solo cambia de esquina.
La Habana huele a salitre, a motor de almendrón y a café claro. Los argumentos del noticiero son los mismos de hace décadas: “el bloqueo, la inflación, la guerra”. Una abuela responde chistando: “el bloqueo empieza en Punto Cero, pasa por mi chequera y termina en mi refrigerador vacío”.
No hay héroes limpios; solo gente cansada que sigue tirando pa’lante porque rendirse no da de comer.
Cuando cae la noche no hay barricadas de adoquines, hay apagones de ocho horas. La ciudad entera se vuelve sombra y coro de derrumbes. En la oscuridad, las voces se envalentonan: se oye un reguetón prohibido, un grito de barrio, un golpe de olla contra el balcón. No es revolución francesa, es subsistencia cubana. Pero la idea es la misma que escribió Hugo y que aquí todo el mundo repite bajito: esto tiene que cambiar.
Los miserables de hoy, las versiones hecha en casa de Jean Valjean, de Cosette, Gavroche y Javert, caminan por la Habana y hablan cubano, con la misma rabia que hace casi dos siglos marcó a los de París, luchando, con uñas y dientes, “el pan y el derecho”.
(Tomado de las redes)