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El país de las maravillas: la Cuba alterna en la que viviríamos sin medios independientes

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Si no existieran los medios independientes y las redes sociales, los cubanos viviríamos aún en la edad de oro del engaño, creyéndonos el cuento de hadas más descarado que se ha contado nunca en el Caribe. Pensaríamos, con una fe de carbonero, que la familia Castro era el paradigma de la honestidad revolucionaria, una estirpe de monjes benedictinos que renunciaron a los placeres terrenales para servir al pueblo.

En nuestra inocencia colectiva, juraríamos que Fidel, en casa, se vestía con pijamas remendados y que su hermano Raúl calzaba unas botas militares que le duraban más que los discursos del mayor. La realidad de sus vidas de lujo, sus reservas de langosta y sus familias extendiendo negocios por medio mundo sería, sencillamente, imposible de concebir.

El mito se extendería a toda la progenie. Creeríamos a pies juntillas que Antonio Castro, el hijo ‘pelotero’, es un santo laico que solo piensa en el desarrollo del deporte, y no un empresario que se mueve en círculos de poder con una soltura que haría palidecer a cualquier capitalista.

Juraríamos que su primo, el tal Alejandro Castro Espín, es un intelectual recogido que solo sale para dar clases de marxismo, y no un operador de la sombra con más influencia que medio Consejo de Ministros juntos. Y de Mariela, ni hablar: su matrimonio con un italiano sería un secreto de estado mejor guardado que la fórmula del Croning.

Otras creencias

Nos tragaríamos el relato épico sin un solo parpadeo. El Che Guevara no sería ese comandante sanguinario que firmaba sentencias de muerte en La Cabaña con la frialdad de un contable, sino el médico idealista de la foto, el de la mirada perdida en el horizonte de la justicia.

Jamás sabríamos de sus métodos expeditivos, de su desprecio por el proceso legal, de su faceta más oscura y humana, demasiado humana. Sería solo un ícono en la camiseta, un fantasma inmaculado de la revolución.

Y nuestro conocimiento del mundo sería un chiste de mal gusto. Estaríamos convencidos de que Cuba es el único país del orbe con educación y salud gratuitas, ignorando por completo que en media Europa y hasta en países de nuestra misma América Latina esos servicios son igual o más accesibles, y sin tener que hacer colas bajo el sol desde las 4 de la mañana.

Creeríamos que en Estados Unidos la gente se mata a tiros en cada esquina y que nadie puede salir a comprar el pan sin un chaleco antibalas, mientras que en Moscú, desde la caída del comunismo, la gente añora los gloriosos tiempos de las colas para un jabón que nunca llegaba.

Y el 11 de julio de 2021 hubiera sido, tal vez, una manifestación de apoyo al régimen, repetida en toda la isla. Ah, y no se sabría de los presos políticos ni de los turbios procesos posteriores. Ni se hablaría de la esplendida vida de Ramiro Valdés y Guillermo García.

Los crímenes escondidos

El aislamiento sería nuestra prisión mental. Las hambrunas de los 90 serían solo «el período especial», un sacrificio heroico y necesario. Las protestas como el Maleconazo serían meros altercados de «antisociales» manipulados por el imperio.

Los crímenes de Estado, desde el hundimiento del remolcador 13 de Marzo hasta la muerte de Oswaldo Payá, estarían sepultados bajo una losa oficial de «accidentes» y «tristes sucesos». Seríamos el país de las maravillas, donde todo funciona mal pero en el papel todo es perfecto.

Por suerte, hermano, por suerte llegó el internet, se colaron las redes sociales y surgieron los medios independientes. Se rajó el telón del gran teatro y vimos a los magos sin sus trajes, con sus trucos baratos al descubierto.

Ahora el monopolio de la mentira se les cae a pedazos, y cada tweet, cada post, cada artículo que publican fuera de la red enjaulada es un martillazo al muro de la farsa. La información, al final, se abre paso como un río. Y por más que intenten taponarlo con las manos, ya es demasiado tarde: el agua, y la verdad, siempre encuentran una grieta por donde salir.

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