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Por Luis Alberto Ramirez ()
La reciente declaración de la ministra de Comercio Interior de Cuba, exaltando la croqueta de plátano como alimento y el caldo de pescado como fuente de proteína, no es simplemente una muestra de improvisación nutricional, sino el síntoma más grotesco de un modelo económico que ha fracasado rotundamente.
En un país donde la escasez ya ha convertido a la supervivencia diaria en un acto de malabarismo, el régimen no solo evade su responsabilidad, sino que además pretende vender la miseria como virtud.
Este nuevo capítulo de surrealismo político no es el primero ni será el último. A lo largo de las últimas décadas, las autoridades cubanas han promovido desde la cría de avestruces hasta el consumo de jutías y cocodrilos como alternativas “viables” para la alimentación del pueblo.
Se han aplaudido con solemnidad experimentos de laboratorio gastronómico dignos de una parodia: tripas de animales, gallinas decrépitas recicladas, y no olvidemos la limonada, proclamada por Díaz-Canel como “la base de todo”.
Detrás de esta retórica se esconde una de las grandes hipocresías del régimen: mientras en la mesa del pueblo no hay carne ni pan, en los altos círculos del poder nunca falta el cerdo asado ni el whisky importado.
Las croquetas de plátano y el caldo de espinas son para los demás, para el “rebaño” revolucionario, al que ahora también se le asigna el estatus de experimento alimenticio. La élite, como siempre, come otra cosa.
Pero lo más alarmante no es solo el contenido miserable de estos menús improvisados, sino el descaro con el que se presentan como logros de la revolución. Es aquí donde el cinismo se convierte en política oficial. Se llama «resiliencia», se disfraza de “creatividad”, se proclama “victoria ante el bloqueo” cuando en realidad es un fracaso interno, estructural, acumulado durante décadas de centralismo ineficiente, corrupción endémica y desprecio absoluto por las necesidades reales del pueblo.
Decir que esto es “comida de animales de corral” es ser generoso. La dieta que se intenta normalizar desde el gobierno cubano no cumple con los estándares mínimos de salud, dignidad ni nutrición. Y lo más preocupante: también es una mentira. Porque ni croquetas de plátano ni caldos milagrosos llegan de forma estable a las mesas cubanas.
Todo es discurso. Todo es humo. Forma parte de otro capítulo del gran simulacro revolucionario que ha condenado a generaciones enteras a vivir entre la propaganda y el hambre.
En resumen, no estamos ante una estrategia alimentaria de emergencia, sino ante la institucionalización de la pobreza como política de Estado. La ministra presume lo que debería ocultar con vergüenza. Y mientras tanto, el pueblo cubano sobrevive, una vez más, no gracias al gobierno, sino a pesar de él.