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Por Hiram Caballero ()
En la historia de la medicina hay descubrimientos brillantes y errores trágicos. Pero pocos episodios combinan el absurdo con el peligro como el caso de John R. Brinkley, un curandero estadounidense que, a comienzos del siglo XX, se hizo famoso —y millonario— implantando testículos de cabra en seres humanos.
Todo comenzó de forma tan absurda como reveladora. Durante una visita a la granja de uno de sus pacientes, este le confesó que sufría de impotencia. Brinkley, entre risas, señaló a una cabra del corral y bromeó con que “no tendría ese problema si tuviera los testículos de aquel animal”. El comentario fue tomado al pie de la letra.
El paciente insistió, y poco después Brinkley realizó la primera de sus infames operaciones: abrió el escroto del hombre y le introdujo testículos de cabra, sin conectar vasos sanguíneos ni nervios. La técnica no solo era rudimentaria, sino extremadamente peligrosa. Sin embargo, cuando la esposa del paciente quedó embarazada, el procedimiento ganó notoriedad. Pronto se hablaba del primer “bebé de testículo de cabra”.
Brinkley encontró en la impotencia masculina un mercado sin fondo. Su clínica se llenó de pacientes desesperados, y él comenzó a ampliar su oferta: también implantaba ovarios de cabra en mujeres, prometiendo curar desde tumores hasta esquizofrenia e insomnio.
El problema, además del método en sí, era el propio Brinkley. Muchas veces operaba en estado de ebriedad. En su clínica, al menos 42 pacientes murieron por infecciones o errores anestésicos. Otros tantos fallecieron en casa días después de recibir el alta.
Las autoridades no tardaron en sospechar. La Asociación Médica Estadounidense envió a un investigador encubierto, que en los pasillos de la clínica se encontró con una mujer recién intervenida. Brinkley acababa de implantarle ovarios de cabra para tratarle un tumor en la médula espinal.
Doce años después del inicio de su macabro negocio, en 1930, se le revocó la licencia médica. Había engañado a cientos de personas con un método tan ridículo como mortal.
Lo que comenzó como una broma en una granja terminó siendo uno de los capítulos más oscuros, y surrealista, de la historia de la medicina moderna.