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El hombre nuevo se puso viejo

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Por Manuel Viera ()

La Habana.- El hombre nuevo marchó, aplaudió discursos y gritó consignas; se subió una vez a un tanque, se dejó la barba para lucir como ellos, se radicalizó, odió al yanqui y veneró a Fidel y al Ché, y colgó sus cuadros en la pared.

Luego bajó la cabeza al tabarish y fue y se hizo ingeniero. Se hizo doctor, fue a Nicaragua, se jugó la vida en Angola, fue a Venezuela, volvió sin nada.

El hombre nuevo se hizo militante, comunista, consagrado. Y aprendió a dar discursos, a encontrar justificación a los problemas, y puso sanciones, separó trabajadores de su puesto, fue a actos de repudio, tiró huevos y piedras.

El hombre nuevo hizo un contrato moral consigo mismo: defender ciegamente sus ideas por encima de verdades, realidades y hechos. El hombre nuevo odió a Donald, a Pluto, a Mickey, y para él hasta un chicle era un peligroso objeto enemigo.

Equivocarse no era una opción para el hombre nuevo; por más especial que fuera aquel período, sus ideas siempre perfectas, aunque duelan y arranquen lágrimas. Y vio irse a sus hermanos, a sus hijos, a sus nietos, a su esposa, y aquí quedó. Quedó solo defendiendo sus ideas, estoico, pero triste; jubilado, sin nada, olvidado.

El hombre nuevo ya camina con dificultad, pero va cada mes a la reunión del partido de su núcleo, allí en el barrio. Llega temprano, nunca falta. Siempre está allí en las paradas, en las colas, para defender y justificar, para enfrentar a sus viejos ídolos con los nuevos, para hablar de bloqueos, de demonios y de los errores del yanqui.

Y el hombre nuevo se puso viejo y no tiene más que hijos y nietos lejos de él. Y recibe muy en secreto dólares, y vienen a verlo y le traen maletas, ropa, chocolates que le encantan y se atraganta sin leer la etiqueta.

Entonces, allí va el hombre nuevo, creyéndose hacedor del bien, luchador por la igualdad y la justicia; creyéndose empresario con unos pesos y chocolates en los bolsillos, mientras ve a otros viejos en la basura.

Y allí va, más viejo pero eternamente comunista, eternamente agradecido, con sus dólares en los bolsillos y sus chocolates y chicles hechos en Kansas. Y recibe un combo bajo la luz de una vela, mientras desde la pared le observan, incrédulos, sus cuadros… sus viejos ídolos. Sus cuadros del Ché y de Fidel.

A ti, hombre nuevo, cuestiónate a ti mismo. ¿Haces verdaderamente el bien? Hoy te has puesto viejo entre la soledad y la tristeza, pero ¿qué has hecho? ¿Qué eres realmente?

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