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Durante la Guerra Civil de Estados Unidos, los soldados no solo libraban batallas con fusil y bayoneta. También debían enfrentar la crudeza del hambre. En los campamentos, cuando el humo de las fogatas se elevaba entre tiendas raídas y botas embarradas, un plato se volvía indispensable: el guiso de campaña.
No era un manjar, pero sí un acto de ingenio.
Se cocinaba con lo que hubiese a mano: cortes duros de carne, cebollas, harina, sal, agua… y paciencia. A veces aparecían patatas, zanahorias o raíces que hoy pocos consideran comestibles: bardana, salsifí, colinabo. En el campo de batalla, todo lo que pudiera hervirse, alimentaba.
Se cocinaba a fuego lento durante tres horas y media, removiendo la espuma que flotaba en la superficie, y justo antes de servir, se agregaba un toque inesperado: vinagre.
El resultado era más que un plato caliente.
Era un pedazo de hogar, un instante de consuelo entre el caos.
Así, cucharada tras cucharada, los soldados norteamericanos tragaban más que sustento: tragaban memoria, tierra y resistencia. (Tomado de Datos Históricos)