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El general de cuerpo ajeno

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Por Oscar Durán

La Habana.- Hay fotos que engañan. Otras, simplemente, dan asco. La última imagen pública de Raúl Castro pertenece al segundo grupo. Con 94 años a cuestas, el general de cuerpo ajeno se presentó en un acto reciente con más vitalidad en el rostro que un cantante de reguetón en pleno apogeo. Se le ve sonriente, sin papada, con un color de piel sospechosamente saludable, y un cuerpo que, si no fuera por la historia que carga, cualquiera juraría que pertenece a un anciano de 70 con suerte genética.

Pero no, no es genética. Es cinismo, maquillaje y cirugía. Cuba está en el piso, sin medicamentos, con una salud pública que no puede curar ni una gripe, y el hombre que ayudó a construir este infierno aparece en pantalla rejuvenecido como si hubiera pasado una temporada en una clínica de Suiza. ¿De dónde sale tanto colágeno, tanta firmeza en el rostro y tanta energía en los gestos? ¿Qué vitamina le están inyectando que no se consigue ni en los hospitales de La Habana ni en las farmacias fantasmas de Camagüey?

La dictadura tiene su manual de supervivencia. Uno de sus capítulos más importantes es la administración simbólica del poder. Y en ese capítulo hay una lección muy clara: el líder no envejece. El líder no se debilita. El líder está siempre fuerte, joven y lúcido, aunque la realidad diga lo contrario. Fidel lo hizo hasta el final. Lo mostraban trotando cuando ya no podía caminar. A Raúl lo han agarrado por la misma vía. Si no fuera porque la memoria todavía nos funciona, algunos terminarían creyendo que el exmandatario ha hecho un pacto con el diablo o con algún cirujano plástico de los que solo trabajan para la elite del Partido.

Esta imagen no es inocente. Es un mensaje, y como todo mensaje del régimen, está lleno de manipulación. Mientras el pueblo sobrevive con 20 dólares al mes y hace cola para conseguir tres libras de arroz, el líder histórico se pavonea con rostro planchado, sonrisa de calendario y salud de atleta. La juventud de Raúl es la vejez del pueblo. Su cutis perfecto es el reflejo de una nación que se arruga sin dignidad. Su pose vitalista es una burla a los que no pueden ni pagar una aspirina.

Que nadie se engañe. El rejuvenecimiento de Raúl Castro es otro acto teatral del poder cubano. Uno más. Una operación cosmética al servicio de una narrativa gastada, pero que todavía intenta sostener el mito. El problema es que ya nadie cree en eso. Ni el pueblo, ni el exilio, ni los propios cuadros intermedios del Partido que viven en la misma ruina que todos.

A este paso, el próximo 3 de junio, cuando Raúl cumpla 95, lo veremos bailando reguetón con Lis Cuesta en la Plaza de la Revolución, diciendo a gritos que está “mejor que nunca”. Y mientras tanto, el país apagado, enfermo, hambriento y triste. El rejuvenecimiento no es un símbolo de fortaleza, es una confesión: el castrismo se muere y no sabe cómo disimularlo.

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