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Por Albert Fonse ()
Ottawa.- Cuba ya no es el paraíso turístico que durante décadas vendió la propaganda del régimen ni el espejismo que cadenas hoteleras extranjeras como Meliá o Iberostar intentaron sostener con anuncios coloridos y catálogos de sol y playa.
El desplome de su industria turística no se debe al embargo estadounidense, como repite la dictadura, sino a la incapacidad del propio sistema para mantener un país funcional y a la pérdida total de la narrativa que antes maquillaba la realidad.
El 11 de julio de 2021 fue un parteaguas. Las protestas masivas rompieron la postal caribeña y mostraron al mundo represión, hambre y desesperanza. Desde ese momento, la llegada del internet móvil se convirtió en el peor enemigo del régimen porque ya no pudo controlar lo que se veía fuera de la isla.
Los apagones, los hospitales sin recursos, las colas interminables y la represión contra quienes se atreven a protestar comenzaron a circular sin filtros. El turista que antes solo veía Varadero ahora se topa con imágenes de jóvenes golpeados por la policía y ciudades a oscuras.
Aunque sigan intentando decir que el culpable de la caída del turismo es el embargo, este mismo supuesto bloqueo les permite comerciar y recibir turistas del mundo entero, incluso de sus aliados y benefactores como China y Rusia. Con todo y eso no salen del hueco, sus hoteles se derrumban al mismo ritmo que lo hace su credibilidad.
Mientras tanto, la competencia se fortaleció. República Dominicana y México ofrecen exactamente el mismo rango de precios que Cuba, pero con mucho más. Un turista que paga un paquete en Punta Cana o Cancún disfruta de electricidad estable, abundancia de alimentos, hoteles modernos y actividades variadas.
Cuba ofrece al mismo precio apagones, hoteles deteriorados y servicios en decadencia. Esa comparación es insalvable. Quienes buscan experiencias de lujo viajan a Aruba, Islas Caimán o Islas Vírgenes, mercados donde Cuba nunca compitió. La isla dependía del turismo de masas de rango medio y allí perdió el partido.
Las cadenas españolas no son víctimas, son cómplices. Han mantenido durante años una alianza con la dictadura cubana que les permitió operar hoteles a cambio de entregar una parte de los ingresos directamente a las empresas militares del régimen.
Con ello ayudaron a financiar la represión, legitimaron un sistema que discrimina a su propio pueblo y cerraron los ojos frente a prácticas indignas. Durante mucho tiempo se prohibió a los cubanos entrar a esos mismos hoteles donde los extranjeros eran tratados como privilegiados. Incluso se han denunciado casos de vigilancia y espionaje en habitaciones de los propios establecimientos para después extorsionar e intimidar a visitantes y trabajadores.
Meliá, Iberostar y todas las que aceptaron este pacto sabían que alimentaban a una maquinaria represiva. Que hoy pierdan dinero no es una tragedia económica sino una consecuencia lógica. Es el precio de haberse prestado al juego de un régimen que nunca tuvo interés en brindar un servicio turístico competitivo sino en usar cada dólar y cada euro para sostener su poder político.
El derrumbe del turismo cubano no es solo un fracaso empresarial, es también una evidencia moral: esas empresas merecen perderlo todo por haber colaborado con una dictadura asesina.
El exilio cubano que durante años viajó de forma constante a la isla también se ha cansado. Cada vez son más los que eligen destinos turísticos distintos, donde pueden disfrutar en libertad, gastar su dinero sin alimentar un aparato represivo y reencontrarse con la esencia de lo que Cuba debería ser y no es.
Lo que ocurre ahora no es un callejón sin salida para Cuba como destino turístico, es la caída definitiva de un mito. El mundo ya no compra la postal, porque la realidad está a la vista. Internet la hizo visible, el 11J la confirmó, la competencia la remató y el exilio le dio la espalda.
Cuba se convirtió en un lugar donde el turista paga lo mismo que en cualquier otro destino caribeño pero recibe menos. Esa es la verdadera razón de la debacle, una verdad que ni Meliá ni Iberostar pueden seguir escondiendo.