Enter your email address below and subscribe to our newsletter

El éxodo invisible: migrar dentro del infierno

Comparte esta noticia

Por Redacción Nacional

La Habana.- Cuba se vacía. Pero no solo por los que huyen en balsa, saltan fronteras o sobreviven en aeropuertos. También se desangra por dentro, en un movimiento menos dramático, pero igual de letal: el éxodo silencioso de Oriente a Occidente, del campo a la ciudad, del municipio que no tiene ni luz ni arroz al pueblo que al menos ofrece un albergue desvencijado y una cola más larga.

Antonio Ajas, director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, lo ha dicho con cierto aire académico: la isla experimenta hoy una intensa movilidad interna. Lo dijo en una entrevista exclusiva, como si la noticia no estuviera escrita en cada maleta rota, cada “botella” desesperada o cada casa que ahora es cuartel de tres familias. “Cuba siempre ha sido un país de migraciones”, afirmó. Pero no dijo —o no quiso decir— que esta migración es hija directa del fracaso.

Nadie abandona su tierra por gusto. Se migra cuando no hay tierra, cuando la semilla no da fruto, cuando la escuela rural es un chiste y el consultorio médico tiene dos inyecciones vencidas y un cartel de bienvenida al socialismo. Y ahora, en pleno 2025, los cubanos ya no sueñan con La Habana: huyen de ella también. El que puede, cruza hacia otra provincia. El que no, se muda dentro del mismo municipio, buscando dónde poder respirar sin que el moho le coma los pulmones.

Ajas habla de desafíos para el “desarrollo económico social”. Palabras bonitas para decir que el campo está muerto, que la ciudad colapsa, que no hay quien siembre ni quien recoja, y que los pocos jóvenes que aún no han emigrado están pensando en hacerlo con más ganas que con miedo. El campo envejece, las ciudades colapsan, y el Estado —que debería tener respuestas— solo tiene consignas.

El drama es tal que hasta la migración internacional, con saldo negativo desde 1930, se ha feminizado. “Migran personas jóvenes, esencialmente mujeres”, dice Ajas. Pero no se detiene a explicar qué significa que una madre se largue. No habla del hijo que queda o de la abuela que cuida lo que no puede. Tampoco dice por qué el principal receptor de emigrantes cubanos es el país que la propaganda llama enemigo: Estados Unidos. Ahí está el cinismo completo: mientras La Habana lanza insultos, sus hijos corren hacia donde se les ofrece al menos un cuarto con wifi y un mercado sin libreta.

Ajas sugiere un “acercamiento” con los cubanos en el exterior, una circularidad migratoria, un retorno. Pero no se puede retornar a lo que no existe. La Patria, en este caso, no es la tierra, es la pesadilla. ¿Qué joven quiere regresar a un país donde la luz se va más que el pan, donde el salario no alcanza ni para pagar el agua que no llega, y donde el futuro tiene cara de funcionario del CDR?

El éxodo no es solo físico, es existencial. El cubano no solo se va: se borra de la esperanza. La movilidad interna de la que hablan los académicos no es progreso, es supervivencia. Es el juego del hambre, la ruleta de la miseria. Migrar dentro de Cuba es solo cambiar la celda.

Y mientras tanto, los que gobiernan siguen diciendo que todo marcha. Y sí: marcha. Hacia el abismo.

Deja un comentario