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Por Luisa Mamani (Especial para El Vigía de Cuba)
La Paz.- La figura del Che Guevara se ha convertido en un ícono vaciado de contenido, reducido a estampas en camisetas de adolescentes que ignoran cómo murió realmente el hombre detrás del mito. La verdad es más prosaica y cruel: Ernesto Guevara fue un revolucionario que cometió su último y fatal error al subestimar a Bolivia y sobreestimar su propio carisma, creyendo que podría repetir allí el milagro de la Sierra Maestra. Su captura en la Quebrada del Yuro y su muerte en La Higuera no fue un accidente, sino el epílogo previsible de una estrategia mal concebida desde el inicio.
La ruptura con Fidel Castro había comenzado mucho antes, cuando el Che escribió su carta de despedida, leída por Castro el 3 de octubre de 1965, estando en África. En ese documento, renunciaba simbólicamente a su ciudadanía cubana y a todos sus cargos. Castro, hábil político, leyó esa carta públicamente y dejó que el argentino siguiera su camino. No hubo intentos serios de retenerlo; el Che con sus ínfulas de grandeza y su ambición de extender la revolución a todo el continente, comenzaba a estorbar en la Cuba que se consolidaba bajo el mando único de Fidel.
Ulises Estrada, el agente encargado de llevarlo al Congo y después de sacarlo de allí, me confesó una vez que cuando el argentino supo lo de la carta tuvo un ataque de impotencia. Pateó el piso, una puerta, maldijo a Fidel Castro y a toda su prole. Con ese acto, sabía que a Cuba no podría regresar nunca más. Y por más insensible que pareciera, allí estaban sus hijos.
Guevara no era solo un idealista; era un hombre de gatillo alegre. Durante su etapa al mando de La Cabaña en los primeros años de la revolución, firmó numerosas sentencias de muerte contra supuestos «enemigos de la revolución».
También lo hizo en la Sierra Maestra, sobre todo en aquellos inicios en los cuales los noveles combatientes temían embarrar sus manos de sangre. Él mismo lo confesó en cartas a sus familiares. Le gustaba matar y se vanagloriaba de ello.
Esa misma determinación sanguinaria lo acompañaría hasta Bolivia, donde subestimó por completo el terreno y las condiciones sociales. Mientras soñaba con ser el presidente de una América unida bajo el comunismo, ignoraba que los campesinos bolivianos veían con recelo a aquel extranjero de acento argentino que pretendía liderarlos.
¿LIberar a quién? Esa era la pregunta de los humildes campesinos bolivianos, la mayoría beneficiados por una reforma agraria decretada por el general René Barrientos. El entonces presidente constitucional, se encargó de insistir en su captura desde que se conoció la presencia de la guerrilla comunista.
La operación en Bolivia fue un desastre desde el principio. El Che y su grupo de 47 guerrilleros adolecían de apoyo local, conocimientos del terreno y suministros adecuados. A diferencia de Cuba, donde contaron con el respaldo masivo del campesinado, en Bolivia fueron delatados constantemente. La CIA y el ejército boliviano, entrenado por asesores estadounidenses, los cercaron progresivamente. Castro, mientras tanto, guardaba un silencio cómplice; el Che había dejado de ser útil para los intereses cubanos.
La mañana del 8 de octubre de 1967, herido y con su grupo diezmado, Guevara fue capturado en la Quebrada del Yuro. El presidente Barrientos había dado órdenes de ejecutarlo, pero se decidió simular un combate para justificar su muerte. Esa misma noche, el sargento Mario Terán, siguiendo órdenes superiores, lo ejecutó con varios disparos en La Higuera. Sus manos fueron cortadas para identificar las huellas dactilares, y su cuerpo fue exhibido como trofeo ante periodistas y militares.
La muerte del Che Guevara representa la tragedia del revolucionario que creyó en su mito hasta las últimas consecuencias. Abandonado por Castro, equivocado en su estrategia y traicionado por las circunstancias, su final fue tan violento como muchas de sus propias acciones.
El hombre que soñó con incendiar el continente encontró en una escuela rural boliviana su último frío, lejos del héroe romántico que muchos imaginan, y más cerca del fanático que no supo calcular los límites de su propia leyenda.
(Luisa Mamani es hija de uno de los soldados que capturaron al Che, es historiadora e investigadora y profesora de la Universidad Mayor de San Andrés)