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Por Jorge Menéndez ()
Una Europa desorientada
El 15 de agosto, en Alaska, se producirá el inédito -por el lugar- encuentro entre Vladimir Putin y Donald Trump. Este hecho revela la grave encrucijada en la que se encuentra Europa: su parcialidad y rusofobia le han hecho perder la voz y el protagonismo que antes ostentaba en el tablero internacional.
Europa se ha alejado de su mercado natural, negándose a reconocer que Rusia y Estados Unidos marcan hoy gran parte de la dinámica global. Esa ceguera política ha llevado a una fragmentación interna y a la delegación de su influencia en terceros actores.
Vladímir Zelenski ha centrado su estrategia en la confrontación directa con Moscú, apelando a episodios como los Acuerdos de Minsk y las conversaciones de Estambul. Sin embargo, esas oportunidades se desperdiciaron en favor de un objetivo claro: desgastar a Rusia.
¿Puede Zelenski resolver en dos o tres horas lo que no logró en años de negociaciones parciales? La realidad del terreno y el número de víctimas hablan por sí mismos.
Vladimir Putin ha mostrado disposición a la mesa de negociación, pero condicionada a que equipos técnicos resuelvan primero los puntos críticos de cualquier acuerdo de paz. Esa postura, lejos de ser obstaculista, es la que cualquier gran potencia aplica para asegurarse de que las concesiones no queden en letra muerta.
Para recuperar influencia y contribuir de verdad a la paz, Europa y Ucrania deben:
Dejar de suministrar únicamente armas y priorizar la reconstrucción del tejido diplomático podría ser el primer paso hacia una solución sostenible.
Todos los actores han contribuido a agravar el conflicto: gobiernos europeos, liderazgos ucranianos y grandes potencias por igual. Ha llegado el momento de asumir culpas y trabajar juntos en una hoja de ruta realista hacia la paz.
La gran pregunta permanece abierta: ¿cómo transformamos este instante de crisis en una oportunidad de entendimiento duradero?