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El Ejército de EEUU debilitó la capacidad combativa de sus soldados y hay que corregirlo te guste o no

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Por Carlos Carballido ()

La reciente reunión en Quantico entre Pete Hegseth y Donald Trump no fue un acto simbólico sin importancia: puso sobre la mesa un problema que muchos niegan por corrección política.

El ejército más poderoso del planeta se ha debilitado en lo esencial: la capacidad combativa de sus soldados. La tecnología sigue siendo superior, pero la tropa —base de cualquier fuerza— está menos disciplinada, menos cohesionada y menos motivada que hace veinte años.

Los síntomas son claros. Reclutamiento en crisis, jóvenes con problemas de obesidad y salud que reducen el “pool” de elegibles, estándares físicos flexibilizados para incluir a más candidatos, y horas de entrenamiento perdidas en cursos burocráticos e ideológicos que poco sirven en el campo de batalla.

La llamada “agenda woke” se instaló en manuales, ascensos y sesiones de adoctrinamiento, mientras se descuidaba lo más elemental: disparar, resistir, maniobrar en condiciones duras. La consecuencia es un soldado tecnológicamente equipado, pero menos fuerte y resistente que sus pares rusos, chinos o iraníes.

Trump lanzó una propuesta polémica: usar ciudades violentas como campos de entrenamiento urbano. Tácticamente tiene sentido —la guerra moderna es urbana y caótica—, pero legalmente choca con el Posse Comitatus Act, que desde 1878 limita el uso del ejército en funciones policiales. Fue un invento Demócrata para impedir que el nuevo ejercito federal impidera desmanes esclavistas y raciales antipopulares en el Sur denla Nación.

El soldado tiene que ser fuerte

Ese candado surgió aparentemente para impedir que el poder político convirtiera a las tropas en su policía interna, aunque existen excepciones: la Insurrection Act, la Stafford Act o el uso de la Guardia Nacional bajo mando de gobernadores.

Es decir, hay caminos legales, pero todos son riesgosos porque rozan la línea entre seguridad nacional y militarismo interno.

El punto es que esta discusión no es académica. En una confrontación real, los rivales de Estados Unidos tienen soldados más duros o más ideologizados.

El soldado ruso combate hoy en Ucrania con experiencia real y tolerancia a la pérdida de miles de hombres. El chino es disciplinado y masivamente con altos estándares de preparación combativa. En tanto el iraní lleva años librando guerras proxy en Siria, Irak y Yemen. El norcoreano, aunque mal nutrido, mantiene el fanatismo absoluto y una preparación sin limites. El estadounidense, en cambio, está mejor armado pero menos endurecido, con una sociedad que no tolera largas guerras de desgaste. Esa es una vulnerabilidad estratégica.

Ejército fuerte y más técnica de guerra

Un ejército débil no significa menos portaaviones o menos drones: significa que cuando haya que sostener el combate, los hombres y mujeres en uniforme no tendrán la cohesión ni la dureza para resistir.

La historia enseña que las guerras no siempre las ganan los más avanzados, sino los más resistentes y determinados. Roma cayó no por falta de armas, sino por falta de soldados que creyeron en la causa.

Hoy, la potencia americana corre el mismo riesgo si sigue priorizando ideologías y burocracia sobre el músculo humano y Trump lo sabe. Quienes parecen no entenderlo son los liberales y progresistas del Congreso y los medios que buscan cualquier crítica echando mano de mantras ideológicos.

Corregir el rumbo implica medidas incómodas: restablecer estándares físicos exigentes, recortar cursos inservibles, recuperar disciplina y orgullo de cuerpo, y usar la Guardia Nacional para entrenamiento urbano sin violar la ley. Pero, sobre todo, implica una decisión política clara: las Fuerzas Armadas no pueden ser el campo de batalla de la agenda cultural. Deben ser lo que siempre fueron: el último recurso de una nación que quiere ganar.

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