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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- En Cuba, el dólar ya no es una moneda: es un fantasma que ronda las casas, una obsesión colectiva, una herida que se abre cada mañana cuando la gente consulta, con un pánico casi religioso, la cifra que dicta El Toque.

Cuatrocientos cuarenta pesos por un dólar. La cifra, espectral, parece un chiste macabro, una condena escrita en un lenguaje que solo los cubanos entienden. Es el termómetro de la desesperación, el número que mide lo que hemos perdido.

En la cola del pan -cuando hay pan, o donde haya pan-, en la esquina de un edificio derrumbado, en el susurro de un almendrón, la pregunta siempre es la misma: «¿A cómo está el dólar?». La respuesta duele más que la humillación.

Para la inmensa mayoría que no recibe remesas del exterior, esta subida no es un dato económico: es un nudo en la garganta, un golpe bajo que vacía los bolsillos y llena de angustia los días. Imaginen lo que es ganar un salario medio de 4,648 pesos al mes –si acaso– y enfrentarse a una libra de pollo que cuesta 500, a un jabón que vale 150, a la vida entera convertida en una carrera imposible.

Quienes no tienen a nadie al otro lado del mar están atrapados en una isla dentro de la isla: su peso cubano se evapora entre los dedos, y el Estado, que les prometió protección, les ofrece solo un billete de lotería con el premio caducado. El cubano sin remesas no vive: sobrevive. Y lo hace sabiendo que mañana será más difícil que hoy.

Una política cambiaria equivocada

Frente a este derrumbe, el gobierno de La Habana insiste en su ritual de errores. En 2021, con la Tarea Ordenamiento, devaluaron oficialmente la moneda a 24 pesos por dólar, cuando en el mercado informal ya cotizaba a 35 o 40.

Fue un cálculo equivocado, una soberbia que ignoró la realidad. Pero su pecado no fue solo de diagnóstico, sino de obstinación: creyeron que podrían domar el mercado con un decreto. Desde entonces, cada medida ha sido un paso en falso. Anuncian controles, hablan de un nuevo «mecanismo de gestión» , prometen redistribuir las divisas, pero el resultado siempre es el mismo: el dólar se encoge de hombros y sigue subiendo. Su política cambiaria no es más que un brindis al sol.

El gran fracaso de este sistema es haber creado una economía esquizofrénica, partida en dos. Por un lado, las tiendas en MLC (Moneda Libremente Convertible), donde solo quien tiene acceso a divisas puede comprar lo esencial. Por el otro, el mercado en pesos cubanos, donde los estantes están vacíos o los precios son una fantasía.

Esta dualidad no es un error técnico: es un proyecto político. Segrega, divide y castiga. Le dice al ciudadano común que su esfuerzo, su trabajo, su salario nacional, no valen nada. Que su moneda es basura. Y así, le quita no solo el poder adquisitivo, sino también la dignidad. El gobierno, en su afán por controlar hasta el último centavo, ha perdido el control de lo único importante: la vida de la gente.

El epitafio de un modelo

Mientras, en las calles, la gente se aferra a cualquier tabla de salvación. El mercado informal no es un acto de delincuencia, sino de pura lógica: es el lugar donde la economía real, la que respira y sufre, busca su propio rumbo. La dolarización informal avanza porque el peso cubano, sometido a un descontrol total sin respaldo en bienes, se hunde por su propio peso.

Cada billete que se imprime -o que se pague, porque ya casi no se imprime- sin que haya producción que lo sustente es un clavo más en el ataúd de la moneda nacional. Y la población, atrapada entre un Estado que no provee y un mercado negro que esquilma, paga el pato con su hambre y su incertidumbre.

Al final, el dólar en 440 pesos no es solo una cifra. Es el epitafio de un modelo que se niega a morir y que, en su agonía, arrastra a un país entero. Es la prueba de que el control, cuando se ejerce contra la realidad, siempre termina en fracaso.

El gobierno puede seguir anunciando planes, cambiando mecanismos y buscando culpables en el «bloqueo» o en los «especuladores». Pero el termómetro no miente: mientras no entiendan que la solución pasa por liberar las fuerzas productivas, por un tipo de cambio único y real, y por confiar en su propia gente, el dólar seguirá subiendo. Y con él, la rabia y la resignación de millones de cubanos que ya no saben qué hacer para que su vida, simplemente, les quepa en el bolsillo.

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