
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Jorge Sotero ()
A principios de los 80, Cuba tuvo un boom agropecuario. No es broma: el Mercado Libre Campesino existió, aunque suene a leyenda urbana como aquella de que en La Habana alguna vez hubo leche. Pero Fidel, en un arranque de celos revolucionarios, lo vio y dijo: «Esto no puede ser, aquí hay gente ganando dos pesos sin pedir permiso». Y zas, lo cerró. Su argumento: los intermediarios se estaban volviendo ricos. O sea, el crimen imperdonable en el paraíso socialista.
Yo fui uno de esos peligrosos especuladores. Durante un mes, en Cumanayagua, vendí maíz, melones y hasta anones —fruta que hoy es más rara que un discurso de Díaz-Canel sin teleprompter—. Me rompí el lomo para ganar 200 pesos, lo justo para un pantalón de la tienda Amistad (RIP) y para impresionar a la novia de turno. Nada de yates ni cuentas en Suiza, como temía el Comandante. Pero había algo hermoso: competencia, oferta, demanda… ¡Capitalismo salvaje en estado puro! Hasta que llegó Acopio, la empresa estatal que convirtió el campo cubano en un páramo de marabú y nostalgia.
Acopio, esa eficientísima institución, solo compraba lo que le daba la gana, cuando le daba la gana, y al precio que le salía de la guevara. ¿El resultado? Los campesinos, hartos de regalar su cosecha, abandonaron la tierra como quien huye de una plaga. Los limones se extinguieron, los frijoles se volvieron mito y el hambre se instaló como política de Estado. Pero hey, al menos no hubo intermediarios enriqueciéndose. Victoria moral.
Desde entonces, el régimen libra una cruzada épica contra el comerciante ambulante, al que llaman intermediario como si fuera un dealer de crack. Si ves a un tipo vendiendo aguacates de su propio patio, ahí estarán los inspectores, más rápidos que la policía en un concierto de Los Aldeanos, para multarlo, decomisarle y recordarle que en Cuba solo el Estado tiene derecho a robar.
Discurso del 18 de mayo de 1986, cuando acabó con el Mercalo Libre Campeisno: (http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1986/esp/f180586e.html)
Y ahora, en pleno 2024, los gerontócratas del PCC siguen con el mismo disco rayado: «¡Control de precios! ¡Guerra al intermediario!». Como si repetir la misma estupidez 60 años seguidos fuera a dar un resultado distinto. Mientras, el mercado negro florece más que la hierba mala, porque, oh sorpresa, la gente prefiere comer a aplaudir consignas. El gobierno, en un alarde de genio económico, vende el arroz a 278 pesos en vez de 280. ¡Toma ya, inflación derrotada!
Así estamos: con campos abandonados, tiendas vacías y una dirigencia que insiste en matar la gallina de los huevos de oro… por si acaso un día aprende a volar. El presidente y el primer ministro repiten como loros que hay que «ajustar los precios» y «combatir la especulación». Traducción: seguir cavando el mismo hoyo, pero con más entusiasmo.
Cuba avanza, sí. Hacia atrás, como los cangrejos. Y mientras los de arriba juegan a ser economistas, el país se cae a pedazos. Pero tranquilos: cuando no quede ni un tomate que vender, siempre podremos decir que, al menos, acabamos con los malvados intermediarios. ¡Viva la Revolución!