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El déficit no es de generación

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Por Yeison Derulo

Las Tunas.- El gobierno de Las Tunas acaba de dar otra bofetada al pueblo con el nuevo registro de plantas eléctricas. Bajo el disfraz de “ordenar la comercialización del combustible”, lo que en realidad se está imponiendo es un mecanismo de control absoluto sobre cada litro que consume una familia desesperada por sobrevivir a los apagones interminables. No basta con la miseria del día a día: ahora pretenden que hasta la gasolina para encender un motorcito dependa de la bendición burocrática del Partido.

La escena es grotesca: llevar el Carné de Identidad, la propiedad de la planta y, como si fuera poco, la libreta de abastecimiento, ese fósil tercermundista que todavía decide cuántos gramos de arroz o azúcar merece cada cubano. Un país que en pleno siglo XXI obliga a su gente a mendigar con documentos para prender un generador no es una nación en orden, es una cárcel con formularios. La libreta, en lugar de extinguirse, se multiplica en tentáculos de control que atan cada respiro de la población.

El cubano no merece ser tratado así

El Gobierno habla de “organización por repartos”, como si se tratara de un modelo moderno y eficiente. La realidad es que están militarizando hasta la electricidad doméstica. Si usted vive en un barrio y se aparece en un servicentro que no le corresponde, queda fuera del censo. No importa la urgencia, no importa el calor, no importa la enfermedad que requiera un ventilador funcionando: si no encaja en la fila correcta, se queda a oscuras. Así de humillante es la dinámica que imponen.

Dicen que todo este esfuerzo es para “paliar el déficit de generación” que arrastran desde hace tres años. Mentira. El déficit no es de generación, es de gestión. El dinero que debió invertirse en termoeléctricas, mantenimiento o fuentes renovables se fue en giras presidenciales, hoteles para turistas fantasmas y en bolsillos de los jerarcas. Ahora, el costo lo paga el pueblo que, además de sufrir apagones de 12 horas, tiene que cargar con la desfachatez de un gobierno que lo culpa y lo vigila por cada chispa que encienda.

Este registro no es un acto administrativo, es una falta de respeto. Un gobierno que no garantiza electricidad estable no tiene moral para censar ni controlar nada. El cubano no merece ser tratado como un súbdito incapaz de decidir cómo iluminar su casa. Merece un país donde encender la luz no dependa de un papelito, de un burócrata o de una aplicación diseñada para seguirle la pista a cada gota de combustible. Hasta que eso cambie, la isla seguirá alumbrándose con la llama miserable de la represión disfrazada de orden.

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