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El club de las momias vivientes

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En Cuba ha pasado algo digno del realismo mágico con resaca: Raúl Castro ha reaparecido en La Habana después de semanas de rumores sobre su defunción. Que sí, que no, que lo vieron en un ataúd con gafas de sol; al final, salió caminando.

Lo acompañaban José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés, como si hubieran salido los tres del sarcófago para comprobar que el país sigue en ruinas pero con disciplina.

Todos pasan de los noventa, con la energía justa para sostener un bastón y el país, en ese orden. La escena tenía un aire de procesión geriátrica, como si los fantasmas de la Revolución hubieran decidido hacer una aparición estelar para recordar quién sigue mandando… o respirando.

El problema no es que estén viejos. El problema es que el régimen parece un geriátrico ideológico donde la senectud se ha convertido en mérito político. Ver a Raúl, Machado Ventura y Valdés no inspira precisamente confianza en el futuro: es como si al Titanic lo dirigieran tres zombis de uniforme verde olivo, repitiendo consignas que ya ni ellos recuerdan qué significaban.

Pero ahí están, como en una especie de “tour” final antes del cierre por demolición. Salen, saludan, sonríen con media cara y vuelven a la oscuridad, mientras el pueblo suda colas y dólares.

Como con Mao y Brézhnev

La escena recuerda a los últimos días de Mao Zedong, cuando lo sacaban al balcón medio disuelto, como si la momificación hubiera empezado en vida. El Gran Timonel no podía hablar, apenas se movía, pero servía para mantener el mito. También a Brezhnev, que hablaba como si tuviera una piedra en la boca y una en el corazón.

Todos estos líderes comunistas comparten un punto de llegada: la decadencia física como puesta en escena del poder eterno. Cuanto más deteriorado se les ve, más invencible debe parecer el régimen. Una lógica retorcida que convierte la senilidad en símbolo de estabilidad.

Lo verdaderamente absurdo es que nadie se pregunta ya qué hacen ahí. No hay política, no hay liderazgo, no hay dirección: solo un teatro de sombras en el que las figuras históricas se asoman, musitan un par de frases y desaparecen.

En cualquier democracia normal estarían en una casa de campo viendo telenovelas o jugando dominó. Pero en Cuba, los nonagenarios salen a escena para que el pueblo entienda que aún hay alguien al mando, aunque ese “alguien” necesite que le recuerden su nombre cada mañana.

Los dirigentes más muertos que é régimen

Se trata de un régimen tan muerto que solo puede sostenerse con dirigentes más muertos que él. Y lo trágico es que a falta de oxígeno político, han optado por el formol. No hay reformas, no hay horizonte: hay figuras envejecidas cuya mera presencia parece ser el último argumento de autoridad.

Es un comunismo de ultratumba, que solo se manifiesta en fechas señaladas como una especie de espíritu patrio rencoroso. Como si el futuro estuviera secuestrado por la geriatría revolucionaria.

Mientras tanto, los cubanos miran esa escena como quien ve una película mala por cuarta vez. Ya no hay emoción, solo resignación y chistes. Raúl camina, pero la revolución no. Machado Ventura se mantiene erguido, pero el país se cae. Y Ramiro Valdés, que parece salido de un museo de cera, aún da discursos como si no pasara nada. Pero pasa.

Lo que pasa es que todo esto se ha vuelto una parodia de sí mismo. Y las parodias, como las dictaduras longevas, solo duran mientras haya quien aplauda. O mientras el muerto pueda seguir levantando la mano.

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