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Por Oscar Durán
La Habana.- Después de 187 días en candela, el central Melanio Hernández detuvo sus máquinas. Lo hizo como quien llega arrastrándose a la meta: sudado, maltrecho, sin aliento, pero con la medalla colgando del cuello. Fue el único ingenio del país que cumplió su plan de producción en la zafra 2024-2025 y hasta le metió 1 776 toneladas extras al asunto, como quien le echa sal a una sopa insípida.
¿Y qué ganó con eso? Una clausura agónica, marcada por la baja en los rendimientos y el deterioro de los indicadores, sobre todo en mayo y junio. Lo dice el propio director, Antonio Viamonte, como si estuviera hablando de un paciente que sobrevivió de milagro en terapia intensiva. Y es que esa zafra no fue un logro, fue una cruzada suicida.
El «triunfo» del Melanio no tapa el desastre estructural del sector. ¿Qué clase de sistema tenemos que aplaude que un solo central haya cumplido, mientras los demás hacen aguas por todas partes? ¿Qué país celebra como proeza lo que en cualquier parte del mundo sería una norma?
No es que el Melanio sea una joya. Lo que pasa es que el resto del país está tan fundido que cualquier central que no reviente en pleno enero ya es noticia. En vez de hablar de éxito, deberíamos preguntarnos por qué la zafra cubana, que un día fue orgullo nacional, hoy se resume a un puñado de ingenios luchando contrarreloj, con piezas remendadas y trenes que avanzan a duras penas.
Ahora mismo el Melanio entra en otra maratón: la de las reparaciones. Ya están metidos en limpieza, diagnóstico, acopio de recursos… Todo apurados, porque a fin de año hay que volver a moler. Es como si la zafra fuera una carrera de locos donde nunca hay descanso y donde cada año hay que reconstruir lo que apenas sobrevivió del anterior.
Y mientras tanto, en la bodega del cubano siguen entregando una libra de azúcar por mes. Con suerte, dos. Eso sí, a los discursos no les falta almíbar: hablan de recuperación, de eficiencia, de “pautas a nivel de país”. Pero la verdad es otra. El azúcar apenas endulza, y la caña ya no es ni sombra de lo que fue.
El problema no está en los machetes ni en los molinos. Está en un sistema que sigue haciendo de la excepción una fiesta y del fracaso una rutina. Hoy fue el Melanio. Mañana, con suerte, otro central evitará el naufragio. Pero mientras no se cambie el modelo, mientras sigan exprimiendo obreros sin darles nada a cambio, la zafra seguirá siendo eso: un milagro… con sabor a agonía.