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Por Reynaldo Medina Hernández ()
Un vehículo atropella a un grupo de personas en el céntrico paseo de Las Ramblas; el saldo trágico es de 13 muertos.
De imediato se supo que se trató de una furgoneta blanca marca Fiat, modelo Talento, cuyo conductor se dio a la fuga, pero no se tardó en identificarlo como Younes Abouyaaqoub, de 22 años, nacido en Mrirt, Marruecos, residente desde pequeño en Ripoll, Cataluña, con amplio historial terrorista y reconocido como un yihadista del Estado Islámico.
Fue abatido 4 días después en un viñedo a muchos kilómetros de distancia. Toda esa información la tuvimos en detalle y casi en tiempo real.
Una camioneta (también blanca) marca Ford, modelo F-150, atropella a una multitud en plena calle. Esta vez la masacre causa 14 muertos y 35 heridos, y el perpetrador es ultimado al instante. Y al instante supimos que su nombre era Shamsud Din Jabbar, de 42 años, veterano del Ejército.
Además, otros muchos detalles, como que era nacido en Texas, residente en Houston, graduado en Sistemas de Información de Computadores en la Universidad Estatal de Georgia, su trayectoria laboral y militar, matrimonios, divorcios, hijos, salario, situación financiera, etc.
Ocurre un atropello en varias calles de Centro Habana y La Habana Vieja; hay 9 víctimas, una de ellas mortal (una mujer de 35 años). Una escueta (como siempre) nota oficial identifica al conductor como un «ciudadano extranjero residente en el país», nada más, y (como siempre) una promesa de ampliación.
La tal ampliación resultó ser solo un parte médico sobre las víctimas en el hospital donde fueron atendidas, nada más sobre el chofer, el vehículo o las circunstancias del lamentable crimen, eso sí, una nueva promesa de ampliación.
Entonces la gente, que cuando no le dicen las cosas las inventan, ¿por culpa de quién será?, empezaron a circular especulaciones y rumores: «es un cubano-americano», «manejaba un Audi rojo» (esta vez el arma rodante, al parecer, no era blanca).
Y después de tanto cine y literatura policial no faltaron denominacines tenebrosas y sensacionalistas como «el asesino del Audi rojo», «el extraño caso del Audi rojo».
Tampoco faltó la suspicacia y volvieron a salir a la luz hechos, de alguna manera similares, que en el pasado involucraron a conocidas figuras como Juantorena, Stevenson, una hija de Alicia Alonso, y descendientes de encumbradas figuras de la política nacional.
No suelo hablar de lo que no me consta, pero en el caso del gran boxeador (ya fallecido) puedo dar fe, porque la casi víctima estuvo casado con una vecina que vivía al lado de mi casa. Es un ingeniero a quien el gigante del central Delicias le colocó un artefacto explosivo en su carro.
Por cierto también «conocí» al Lada que por poco vuela en pedazos con el ingeniero al timón. Afortunadamente no ocurrió, pero el perpetrador quedó impune.
Es una vieja mala práctica de las autoridades cubanas retener información sobre sucesos de interés público que nada tienen que ver con la seguridad nacional, ni cuya revelación en tiempo y forma ayudan en nada al «enemigo» en su afán de «destruir la Revolución», que es siempre la excusa utilizada.
La «argucia», como diría el gran Amador Rivas, es dejar pasar el tiempo, «darle agua al asunto», como decimos los cubanos, y los días, la cotidianidad, la angustiosa lucha por la supervivencia diaria en busca de un plato de comida, una medicina, un saco de carbón, y hasta otros hechos importantes, van reordenando las prioridades de la información.
El atropellamiento masivo muy bien pudo ser relegado por otro derrumbe, otro accidente masivo en la Autopista Nacional, hasta por un cicloncito, que estamos en plana temporada. El tiempo y la vida diaria juegan a favor…