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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Ulises Guilarte de Nacimiento ya no es nadie. O mejor dicho: vuelve a ser lo que siempre fue, un don nadie con carnet del Partido.
Once años presidiendo la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), ese chiste macabro donde los obreros no tienen voz pero el gobierno tiene micrófono, han terminado con un portazo en la nuca.
Roberto Morales Ojeda, el verdugo de traje que jamás mira a las personas a los ojos y que hace las veces de funcionario comunista, le leyó la sentencia en una reunión del Consejo Nacional: «Liberación de funciones», que en cubano castrista significa «caíste en desgracia, compadre».
Guilarte se va como vivió: sin hacer ruido. Durante más de una década, su sindicato fue el perro guardián de las empresas estatales, nunca de los trabajadores. Calló cuando los salarios se convirtieron en limosnas, cuando las fábricas se quedaron sin luz y cuando los médicos cubanos fueron enviados al extranjero como si fueran braceros del siglo XXI.
Su legado es un manual del servilismo: «Sí, comandante» a las imposiciones del gobierno, «No, compañero» a las demandas de los obreros.
Lo curioso es que ni siquiera fue un malvado eficiente. Si Fidel Castro hubiera visto cómo Guilarte manejaba la CTC, le habría echado por blandengue. Al menos los sindicalistas soviéticos repartían vodka para calmar las protestas; este ni siquiera supo repartir migajas.
Su único mérito fue aguantar 11 años siendo el payaso de una función trágica: fingir que en Cuba existen derechos laborales. Y de hecho, hacerse de una casa en La Habana, una casa buena, luego de años viviendo en casa de un primo.
Ahora llega Osnay Miguel Colina Rodríguez, el nuevo títere designado para mover los hilos de la CTC. El nombre cambia, el circo sigue igual. Colina no es un relevo; es el mismo perro con distinto collar. Su primera misión será organizar el XXII Congreso de la CTC, ese ritual donde los delegados aplauden discursos vacíos y nadie menciona que el salario mínimo no alcanza ni para comprar un pollo.
La pregunta es: ¿por qué cayó Guilarte? ¿Acaso el régimen descubrió que su sindicato era una farsa? Imposible, eso lo saben hasta los niños. La verdad es más sórdida: en el castrismo, los fracasos necesitan chivos expiatorios. Guilarte no fue destituido por inútil, sino por dejar demasiado claro que lo era.
Mientras, los trabajadores cubanos —esos fantasmas que ni el sindicato ni el gobierno ven— siguen esperando un milagro. Alguien que les devuelva la voz, el salario y la dignidad. Pero eso, en Cuba, no está en la agenda. El sindicalismo real sigue siendo un delito, y Guilarte, como todos los que pasan por la CTC, solo fue un cómplice con acta de defunción política.