Enter your email address below and subscribe to our newsletter

El castrismo no se cae, pero La Habana sí, y cuatro mueren por derrumbre

Comparte esta noticia

Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Cuatro muertos, una niña de siete años entre ellos, y dos edificios que se caen como castillos de naipes en plena capital.

La Habana, esa ciudad que el gobierno vende como postal revolucionaria, se desmorona literalmente. Las autoridades, siempre tan rápidas para culpar al bloqueo, a la lluvia, a los fantasmas del imperialismo, tardaron menos en tuitear el parte oficial que en evitar esta tragedia. Pero tranquilos: seguro que Díaz-Canel ya prepara un emotivo hilo en Twitter, entre selfie y selfie, para lamentar lo «inevitable».

Tres personas atrapadas en La Habana Vieja, un hombre de sesenta sepultado en Diez de Octubre. Los bomberos sacaron los cadáveres, los funcionarios sacaron sus excusas. «Las lluvias, las condiciones estructurales», dicen. Como si las casas se cayeran solas, como si no llevaran décadas pudriéndose a la vista de todos.

La Habana tiene más de 185.000 edificios en mal estado, casi 50.000 a punto de venirse abajo. Pero el régimen, en su genialidad, prefiere construir hoteles de lujo para turistas. Los cubanos pueden vivir —o morir— en ruinas.

Una niña de siete años aplastada por los escombros. Qué más da. Total, en Cuba los muertos no votan, no protestan, no piden responsabilidades. La vivienda es un «problema socioeconómico», según los informes oficiales. Suave manera de decir que la gente sobrevive en casas que son trampas mortales, mientras el gobierno repite como mantra su «política habitacional» desde 2018.

Una década para solucionar el desastre, prometieron. Cinco años después, los derrumbes siguen y los hoteles de cinco estrellas crecen como hongos. Prioridades.

Unas cifras que meten miedo

El dato es obsceno: 856.500 viviendas faltan en Cuba. Pero el presupuesto se lo tragan los megaproyectos turísticos, esos que solo verán los extranjeros con euros en el bolsillo. Mientras, familias enteras duermen en albergues, esperando una casa que nunca llega, o peor: siguen en sus casas, rezando porque el techo no les caiga encima esta noche.

El gobierno habla de «inversión pública», pero invierte en lo que da réditos políticos, no en lo que salva vidas.

Dicen que Cuba está en crisis, que la pandemia, las sanciones, el mundo entero conspira contra ellos. Pero nadie explica por qué, en medio del colapso, siempre hay dinero para lo superfluo y nunca para lo urgente. Un país donde el 37% de las viviendas están en ruinas no necesita más discursos, necesita ladrillos, cemento, soluciones. Pero aquí lo único que se construye con firmeza es la mentira oficial.

Cuatro muertos más. Una niña, un anciano, nombres que se perderán en la estadística fría de los partes de prensa. La Habana se cae a pedazos, y el régimen sigue ocupado en su teatro de heroicidades imaginarias. Cuando el próximo edificio se derrumbe, ya saben: culparán a la lluvia, al bloqueo, al destino. Todo menos a su propia incompetencia criminal.

Deja un comentario