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Por Hiram Caballero ()
Miami.- Se llamaba Bryna. Había nacido en un pequeño pueblo de la región de Maguilov, en el antiguo Imperio Ruso, hoy Bielorrusia. De joven, fue prometida a un hombre llamado Herschel, quien emigró a América persiguiendo el espejismo de una vida mejor. Un año después, le envió suficiente dinero para que pudiera reunirse con él. Ella subió a un barco sin visa, sin inglés, sin nada… solo con esperanza.
Al llegar a América, se casaron y se fueron a vivir a Ámsterdam, en el estado de Nueva York. No la metrópolis de los rascacielos, sino una pequeña ciudad industrial marcada por la miseria. Bryna dio a luz a siete hijos: seis hembras y un varón, Issur, a quien todos llamaban Izzy.
Ese sueño americano, sin embargo, pronto se convirtió en trabajo duro. Herschel, que en su día fue vendedor de caballos, acabó recogiendo basura. El poco dinero que ganaba apenas le alcanzaba. Era un hombre duro, a menudo irascible. En casa, Bryna se encargaba de todo: analfabeta, lavaba ropa y hacía cualquier trabajo para alimentar a sus hijos.
A menudo enviaba a Izzy al carnicero a pedir huesos de descarte. Con eso cocinaba un caldo que los mantenía con vida durante días. Años después, Kirk contaría: En los buenos tiempos comíamos pan con agua. En los días malos, no comíamos nada en absoluto.
Pero Bryna nunca se rindió. Mantenía unida a esa familia con la sola fuerza de su voluntad. Veía en su hijo una luz, una promesa. Y cuando Izzy le dijo que quería ser actor, ella – contra toda lógica – lo apoyó.
Ese niño pobre, nacido en el barro y el silencio, un día se convirtió en Kirk Douglas. Protagonista de Espartaco, Senderos de gloria, El ansia de vivir. Pero la fama nunca le hizo olvidar quién lo había criado, protegido y amado cuando nadie más creía en él.
En 1949 fundó su productora. No la llamó Douglas Films. La llamó Bryna Productions, en honor a su madre.
En 1958, Bryna Productions presentó Los vikingos, con Kirk Douglas y Tony Curtis. Cuando la película se estrenó, Kirk llevó a su madre a Times Square. Allí, entre las luces, le mostró un cartel:
El nombre de una mujer que ni siquiera sabía leer. La que cocinaba con huesos. La que durante años solo fue llamada «¡Oye, tú!». Ese nombre, un día, brillaba sobre Nueva York.
Bryna lloró. Quizás eran las primeras lágrimas de alegría de su vida.
Murió poco después, alrededor de los 70 años. Kirk estuvo a su lado hasta el final. Sus últimas palabras, según él, fueron: Izzy, hijo mío, no tengas miedo. Le pasa a todo el mundo.
In su último instante, también pensaba en consolarlo a él.
Kirk Douglas vivió hasta los 103 años. Fue actor, productor, filántropo y padre de Michael Douglas. Pero durante toda su vida repitió una sola verdad: Todo lo que se había convertido, se lo debía a su madre.
La mujer que no sabía escribir su propio nombre le regaló al mundo una leyenda. Y ese hijo que se convirtió en estrella hizo que el mundo no olvidara el suyo.
Cada película que comenzaba con «A Bryna Production» era una carta de amor. De un hijo. Por su madre.
Esta no es solo la historia de una madre y un hijo. Es la historia de miles de mujeres invisibles, que construyeron el futuro sin dejar huella en los libros de historia. A Bryna – y a todas ellas.