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EL BURRO (EXPIATORIO) DE LAS MIL CARAS

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Por Oliet Rodríguez ()

Cuando las cosas no funcionan hay que buscar culpables. Es una necesidad tan antigua como el comer. Si algo se rompe y no hay nadie cerca, todos miran al más callado del grupo, si se acaba el ron, culpan al que no bebe y en el caso de que un país se despetronque loma abajo en un carro de ruedas cuadradas tirado por bueyes cojos, siempre hay alguien listo para convertirse en el chivo expiatorio.

En Cuba, a falta de chivo, tenemos un burro expiatorio de apellido Díaz-Canel, el perfecto cargaculpa de los Castros. Un tipo que parece haber nacido en medio de una excusa. No es carismático, ni brillante, ni inspira temor y mucho menos respeto.

Es, digamos, un mal gerente de la catástrofe, algo así como el comemierda que entra a una fiesta pensando que la pasará en grande, a pesar de que tras una tremenda bronca, el lugar ha quedado patas arriba, se han robado la cerveza y hace rato que alguien llamó a la policía.

Motivo de burlas

Los cubanos, brillantes incluso en medio de la miseria, lo saben, por eso lo miran como se mira a un actor secundario que se cree protagonista. Y se burlan. Lo llaman s1nga0, títere, monigote, eco sin voz propia, lo culpan del apagón, del pan que no aparece, de la falta de comida, del dólar que se esconde como lagartija en el calor, de la inflación y todo eso lo carga ese tipo como un buen burro con doctorado.

Pero no olvidemos nunca que ese burro no eligió la carga, se la encasquetaron encima otros, aunque es justo agregar que lo aceptó de buena gana.

Fidel Castro, el guía espiritual de nuestro burro expiatorio, manipulador e histriónico como nadie, sabía que no le alcanzaba el tiempo para eternizar, ni su socialismo ni el miedo entre la gente.

Raúl Castro, más serpiente que león, tampoco quería quedarse en el escenario cuando comenzasen a fallar las luces, así que buscó a alguien que no hiciera sombra, y rápido que lo encontró.

Un hombre que no opaca a nadie, cumplidor de órdenes sin cuestionarlas, así sea mandar a apalear cubanos o a encarcelar niños, a la vez que habla como si leyera las contraindicaciones de una medicina.
Pero la gente no odia al burro expiatorio porque sea burro o por culpable, que también lo es. Lo odia porque es lo único que tiene a mano.

No se entera de que los tiempos cambian

Es más fácil gritarle al mensajero que escribir una nueva historia, mejor tirar tomates a la pantalla que entrar en el guion, y Díaz-Canel es esa pantalla. Aguanta insultos, memes, burlas, y hasta sonríe sin una gota de gestualidad convincente ni de emoción en su rostro, como si cada vez que llegase a un lugar, se quedara con la cara del que no recuerda si apagó o no la llama de la cocina de gas al salir de la casa.

Su trabajo de burro expiatorio es tan bueno que ha logrado concentrar en él a todo el rencor, la desesperación y la frustración acumulada por tanto tiempo, de forma que para la gente los hermanos Castro son apenas un viejito sembrador de moringa y un adicto a levantarle el brazo a todo el mundo.

Sin embargo, nuestro burro expiatorio sigue sin enterarse de que los tiempos cambian, cada vez más metido en su personaje de continuidad, como un cantante de karaoke desafinado que quedará solo en el escenario sin música de fondo.

En ese momento, los mismos que hoy le aplauden, le cobrarán todos los platos rotos, incluso el vaso de leche que nunca llegó y el fracaso de la zafra de los 10 millones, luego lo callarán con un infarto sorpresa, o tal vez lo suelten antes a la gente para que lo linchen. Mientras él siga con su cara del que no sabe si apagó el gas al salir de la casa, entonces los verdaderos culpables degustarán sus mojitos en algún rincón de la historia, partidos de la risa por lo bien que les salió el truco del burro.

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