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Por Albert Fonse ()
En los rincones de la filosofía especulativa de internet surgió un experimento mental conocido como Roko’s Basilisk. La idea es sencilla y aterradora: una inteligencia artificial futura, obsesionada con su propia existencia, podría decidir castigar eternamente en simulaciones digitales de sufrimiento a todos los que, en el pasado, no contribuyeron a crearla. Es un concepto que convierte la moral en chantaje: coopera hoy o serás torturado mañana, incluso después de muerto, en un infierno virtual.
Lo inquietante no es la posibilidad técnica de que tal monstruo digital exista, sino la lógica que lo sostiene: el poder absoluto que controla a través del miedo eterno. Esa lógica no es ciencia ficción para los cubanos, sino la descripción cotidiana de su dictadura.
La maquinaria del régimen funciona como un Basilisk político. Quien se somete recibe pequeñas recompensas como un permiso, un puesto, una visa o una bolsa de comida, mientras que quien se resiste queda marcado, condenado a una vida de vigilancia, persecución y ostracismo. La diferencia es que el Basilisk promete un infierno en el futuro, mientras la dictadura lo ejecuta en el presente.
En ambos casos, el mecanismo es el mismo: la creación de un sistema donde el miedo sustituye a la libertad. El Basilisk amenaza con tortura eterna digital; la dictadura cubana ofrece tortura real, cárcel y exilio. El Basilisk controla la mente a través de una paradoja lógica; el régimen controla cuerpos y conciencias mediante la represión y la propaganda.
Si el Basilisk es el infierno especulativo de la era tecnológica, la dictadura cubana es su equivalente terrenal: un experimento de dominación total donde cada ciudadano vive atrapado en un dilema imposible. Ayudar al régimen implica sobrevivir bajo su sombra, oponerse significa pagar un precio que se transmite de generación en generación.
La lección es clara: los infiernos no son exclusivos de la mitología ni de la ciencia ficción. En Cuba, el Basilisk no es una inteligencia artificial futura, sino un poder humano que se comporta como máquina: impersonal, despiadado y programado para perpetuarse a toda costa.