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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- El Barcelona debuta en Liga este sábado y ni su entrenador, Hansi Flick, sabe qué jugadores podrá alinear. No es un misterio, es el modus operandi de un club que lleva años funcionando como una tienda de saldos con ínfulas de boutique: fichajes anunciados a bombo y platillo que luego no pueden inscribirse, estadios que prometen inaugurar y terminan siendo un solar con grúas, y presidentes que hablan de «épica» mientras firman cheques al aire.
Joan García, el portero que debía salvar la portería, sigue en el limbo legal, esperando que Ter Stegen —héroe involuntario— permita usar su lesión como excusa para cuadrar las cuentas. Lo que en cualquier otro equipo sería un trámite, aquí es una odisea con final abierto: si no llegan a tiempo, tocará sacar del trastero a Iñaki Peña, el suplente que ni los ultras quieren.
Laporta, ese genio de la contabilidad creativa, repite como un mantra que «están trabajando» para inscribir a los siete jugadores pendientes, pero sus palabras tienen la solidez de un castillo de naipes en un huracán.
Lo de Ter Stegen es casi poético: el club necesita que su capitán esté lo suficientemente lesionado como para liberar salario, pero no tanto como para que parezca un fraude. Mientras, LaLiga mira el reloj y se rasca la cabeza, preguntándose cómo es posible que un gigante europeo dependa de un informe médico para pagar sus facturas.
Y luego están los palcos VIP del Camp Nou, ese chiste recurrente: los venden como si fueran acciones de Tesla, pero ni siquiera están terminados, y mucho menos auditados.
El colmo es Rashford. El inglés, fichado para devolverle al Barça su glamour perdido, podría terminar debutando en Mallorca… si es que alguien en LaLiga se apiada y firma los papeles a tiempo.
Lo mismo vale para Szczesny, Bardghji y compañía, todos atrapados en un limbo burocrático que huele a desesperación. Es como ver a un tipo que pide un préstamo para pagar otro préstamo, mientras anuncia que pronto comprará un yate.
La regla del 1:1, esa quimera que Laporta invoca como si fuera el Santo Grial, sigue siendo tan real como el unicornio que preside las juntas directivas.
Y mientras el club juega al pilla-pilla con las inscripciones, el Camp Nou es el decorado perfecto para esta farsa. Prometieron reabrirlo en noviembre, luego en enero, después en mayo, y ahora la nueva fecha mágica es el 14 de septiembre.
Eso sí, con 200 deficiencias detectadas por el Ayuntamiento o la ECA, que se yo, y un aforo que será una broma: 27.000 espectadores en un estadio diseñado para 105.000. Laporta insiste en que «van de la mano» con las autoridades, pero lo cierto es que el consistorio les mira con la misma condescendencia que a un niño que promete hacer los deberes… después de jugar a la Play.
Lo más gracioso es que todo esto ocurre mientras el Barça sigue vendiéndose como un club «ejemplar». La misma institución que no puede inscribir a sus jugadores ni terminar su estadio anuncia pomposamente que será sede del Mundial 2030.
Es como si un restaurante sin cocina prometiera servir caviar: el menú es impresionante, pero al final solo tienen platos recalentadas. Y mientras, los aficionados, esos eternos optimistas, siguen creyendo que todo se resolverá con un «espíritu blaugrana» y un par de palancas financieras sacadas de un sombrero mágico.
Al final, la pregunta no es si el Barcelona es un club serio, sino cuánto tiempo más puede seguir fingiendo que lo es. Entre inscripciones pendientes, estadios a medio construir y presidentes que hablan en futuro hipotético, lo único claro es que este circo no tiene fecha de caducidad .
Quizá deberían cambiar el lema del escudo: «Més que un club» por «Més que un chiste» . Eso sí, un chiste caro: cada vez que Laporta abre la boca, las acciones caen, los auditores huyen y los rivales se ríen . Pero hey, al menos el Gamper se jugó en el Johan Cruyff… para 6.000 privilegiados . Todo un símbolo.