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El aplauso de los indolentes

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Por Oscar Durán

La Habana.- El problema no es la ministra. El problema es que siempre hay un Yusuam Palacios dispuesto a aplaudir cualquier disparate que salga del atril oficial. Marta Elena Feitó, ministra de Trabajo y Seguridad Social, se paró en la Asamblea Nacional a soltar una de esas frases que uno no olvida: “En Cuba no hay mendigos. Son personas disfrazadas de mendigos, buscando un modo de vida fácil”. Y por allá atrás, entre risas veladas y guayaberas bien planchadas, se escuchó el aplauso entusiasta de Palacios y compañía. Aplauso que retumba, no por el sonido, sino por la miseria moral que representa.

Lo preocupante no es tanto la frase, que ya de por sí es una ofensa frontal a la inteligencia colectiva. Lo devastador es que todavía haya cuadros como Yusuam que crean que el país es un sketch de Vivir del Cuento. ¿De qué se ríen? ¿Qué celebran? ¿A quién creen que engañan? Esos “disfrazados” de mendigos que la ministra menciona son ancianos con la pensión convertida en polvo, madres solteras hurgando en los tanques de basura para llevar algo a la mesa, jóvenes con diplomas que limpian parabrisas porque el Estado no les da otra opción.

La ovación de Yusuam es el equivalente político a escupirle en la cara a una abuela que vende maní en la esquina del hospital. Es el gesto de quien ha perdido toda conexión con la realidad, si es que alguna vez la tuvo. Porque para aplaudir eso hay que tener la barriga llena y la conciencia vacía.

Limonardo, el molesto

Miguel Díaz-Canel salió después con una tibia corrección: “la Revolución no deja a nadie atrás”, dijo. Pero ya el daño estaba hecho. Lo único más ofensivo que la declaración de la ministra es esa necesidad de siempre maquillar el desastre con consignas de almacén estatal.

La Cuba que niega a sus mendigos no es una Cuba digna. Es una Cuba desalmada. Y quienes aplauden ese delirio de superioridad, como Yusuam Palacios, están más cerca del verdugo que del pueblo.

El país no necesita más discursos que criminalicen la pobreza, ni más portavoces de cartón aplaudiendo desde el púlpito del absurdo. Lo que necesita es dignidad, vergüenza, y sobre todo, memoria. Porque olvidar a los que hoy escarban en la basura es condenarnos a todos a ese mismo destino mañana.

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