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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Gerardo Hernández, el exespía reconvertido en cacique de los Comités de Defensa de la Revolución, ha culminado su tournée por Italia con el mismo entusiasmo con que un burócrata cubano recibe su asignación en MLC.
Entre recepciones en ayuntamientos y actos «solidarios» organizados por la Asociación de Amistad Italia-Cuba, nunca faltan los mismos nostálgicos del eurocomunismo. Ellos llevan cuarenta años bebiendo Campari mientras predican la austeridad revolucionaria. El Héroe de la República de Cuba demostró que su verdadero talento no es espiar, sino sobrevivir. Va de las celdas de máxima seguridad en EE.UU. a los canapés de Milán, todo con la misma sonrisa de quien sabe que la propaganda es el arte de vender miseria como épica.
¿Qué fue a hacer exactamente el coordinador de los CDR a Italia? Según la prensa oficial, a «denunciar el bloqueo» y recibir palmaditas de sindicalistas italianos. Entre un espresso y otro, condenan el imperialismo con la misma vehemencia con que sus gobiernos compran gas ruso.
Pero los detalles son jugosos: mientras en Cuba los apagones duran 12 horas, Hernández posó en la Plaza Che Guevara de Collegno. Además, ascendió al «Pico Fidel» en los Alpes, un monte rebautizado por algún fanático local que confunde la geografía con el culto a la personalidad. También desplegó una bandera cubana a 1.600 metros de altura, como si el símbolo patrio necesitara más aire que el pueblo al que representa.
Todo financiado, claro, por la Anaic, esa ONG que opera como agencia de viajes para la nomenclatura castrista.
El contraste es obsceno: el mismo hombre que en 1996 ayudó a derribar dos avionetas de Hermanos al Rescate vive ahora otra realidad. EE.UU. le regaló dos cadenas perpetuas antes de canjearlo como si fuera un cromo repetido. Ahora pasea por Turín hablando de «derechos humanos», mientras sus CDR en Cuba persiguen a cualquiera que proteste por la falta de comida.
Su discurso en la CGIL, el sindicato italiano, fue un clásico del género. Culpó al bloqueo de todo, desde los apagones hasta la mala cosecha de mangos. Pero omitió que la élite castrista viaja a Europa más que un piloto de Iberia o Alitalia.
Eso sí, ni una palabra sobre por qué los cubanos necesitan permisos para comprar pollo, mientras él degusta risottos en Lombardía.
Lo más hilarante es el timing: hace apenas semanas, Hernández llamó a Europa «continente fallido» por un apagón puntual en España. Aun así, no tuvo reparos en fotografiarse con alcaldes comunistas italianos. Gobernaban ciudades donde el agua caliente y el Wi-Fi no son artículos de lujo.
Tampoco explicó cómo concilia su retórica antiimperialista con un hecho incómodo. La Anaic recibe fondos de municipios gobernados por la misma UE que, según él, es un cadáver geopolítico.
La gira, por supuesto, incluyó el ritual de colocar flores a un estudiante italiano muerto en 1962 «en solidaridad con Cuba». Eso lo hizo porque hasta el martirio ajeno es moneda de cambio para esta diplomacia de circo.
Al final, el balance de su viaje es tan predecible como triste. Hernández regresa a La Habana con maletas llenas de fotos para Cubadebate y resoluciones de apoyo. Sin embargo, estas no alimentarán a ningún niño, mientras los cubanos siguen haciendo cola para comprar huevos.
Eso sí, dejó claro una cosa: cuando se trata de viajar, el castrismo no conoce bloqueos. Solo boletos de primera clase y una capacidad asombrosa para convertir cada crítica en souvenir revolucionario.
Lo cierto: Mientras el Antílope (apodo que le puso un amigo por aquello de la cornamenta) desempaca sus recuerdos de Italia, vale recordar su frase célebre: «Los CDR son la trinchera ideológica de la Revolución». Por cierto: una trinchera donde unos cavan y otros, como él, se pasean por la retaguardia con pasaporte diplomático