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Por Frank Perdomo
Miami.- Daniel Morejón García tiene 57 años y una historia que nunca contó completa. En Cuba, era algo así como un soldado fiel del régimen: agente del Ministerio del Interior, presidente del Consejo de Defensa Nacional en Artemisa, miembro de las Brigadas de Respuesta Rápida, militante del Partido Comunista. Un tipo que probablemente gritaba “¡Viva Fidel!” con la boca llena de odio y el bastón en alto para disuadir a cualquier joven con cartel de “Patria y Vida”.
Pero en Miami, Daniel era otro. Un “inmigrante más”, de esos que llegan con cara de arrepentido, que se arrodillan ante la estatua de la libertad y dicen que buscan asilo, un futuro, una segunda oportunidad. Un converso de último minuto que olvidó poner en sus papeles lo que fue en su isla: represor.
Este lunes, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos anunció que Morejón fue detenido por falsedad en sus declaraciones migratorias. La investigación, conducida por HSI, el FBI y CBP, reveló que el exfuncionario omitió, deliberadamente, su pasado rojo.
Nunca dijo que fue parte del engranaje represivo del castrismo. Nunca mencionó que organizaba brigadas para atacar protestas, ni que posiblemente golpeó a jóvenes en las calles durante las manifestaciones del 11 de julio de 2021.
Nunca dijo que fue parte de esa maquinaria cobarde que responde a gritos con palos y a ideas con cárcel.
Ahora está detenido. En Miami. A la espera de ser deportado.
Y uno se pregunta, ¿cuántos Daniel Morejón García más hay escondidos en el sur de la Florida? ¿Cuántos agentes del MININT se han reciclado como opositores de pacotilla, viviendo del cuento, del exilio que ayudaron a crear con sus porras y consignas?
El caso de Morejón es más que un expediente migratorio: es una advertencia. Hay que separar el trigo de la cizaña. No todo el que huye de Cuba merece refugio. No todo el que se monta en una balsa lo hace porque ama la libertad. Algunos lo hacen porque el negocio en la dictadura ya no da y prefieren el aire acondicionado del imperialismo que tanto criticaron.
La justicia tarda, pero llega. A veces disfrazada de agente federal. A veces de jueza con temple. Pero llega. Y cuando llega, uno se queda con una certeza: que Miami no puede ser el basurero de los esbirros reciclados.
A Daniel, que le den un boleto de regreso. Sin escala. Sin privilegios. Que se reencuentre con el sistema que defendió. Con sus propias manos.