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Ciego de Ávila.- La fuga de dos reclusos “altamente peligrosos” de la prisión provincial de Ciego de Ávila, conocida como Canaleta, ha sido presentada por el Ministerio del Interior como un hecho excepcional. Pero en Cuba nada es excepcional cuando de negligencia estatal se trata. Lo que en otro país sería un fallo de seguridad, aquí es la confirmación de que ni siquiera las cárceles -símbolo del control férreo de la dictadura- están a salvo del caos que reina en la isla.
Los fugados tienen nombre y apellidos: Ángel Luis Torres Santana e Idalberto Pérez Olivera, alias “Basurita”. Ambos cumplían largas condenas por delitos graves y aun así atravesaron los muros de la prisión como si nada. ¿Qué dice esto del sistema carcelario cubano? Que detrás de las rejas se repite la misma lógica de un país descompuesto: corrupción, falta de recursos, descontrol y complicidades. El régimen presume de vigilancia, pero lo cierto es que la vigilancia solo funciona contra opositores y periodistas, no contra criminales.
La dictadura ha querido maquillar el bochorno lanzando una alerta oficial a la población. Advierten que los prófugos son “altamente peligrosos”. Lo que no advierte es que la peligrosidad más grande la encarna el propio sistema penitenciario. Allí se tortura a presos políticos, se les priva de atención médica y se les condena a vivir en condiciones infrahumanas. Los asesinos logran escapar, los jóvenes del 11J permanecen encerrados. Ese es el verdadero rostro del modelo carcelario castrista.
Más grave aún resulta el cinismo del llamado a la “colaboración ciudadana”. El mismo pueblo reprimido en las calles, golpeado por la policía en cada protesta y vigilado en cada cuadra por los CDR, ahora debe servir de informante. Esto tapa la ineficiencia de la dictadura. Si ayudan, apenas recibirán un agradecimiento en el noticiero. Además, si callan, serán sospechosos de complicidad. El fracaso del Estado se convierte, una vez más, en responsabilidad del pueblo.
Lo ocurrido en Canaleta desnuda la precariedad del sistema carcelario cubano. Es un aparato que nunca estuvo diseñado para rehabilitar ni para garantizar seguridad. Su objetivo es intimidar y reprimir. El escape de dos criminales es solo un síntoma de un mal mayor. Revela la descomposición de un régimen que ya no controla ni las rejas que él mismo forjó. Y si no controla las cárceles, mucho menos podrá contener el hartazgo de una nación entera.
La verdadera fuga que teme la dictadura no es la de dos hombres de un penal en Ciego de Ávila. Es la del pueblo entero escapando de su control. Porque, a diferencia de Canaleta, donde las autoridades desplegarán patrullas hasta recapturar a los reclusos, el descontento nacional no tiene cerco posible. Ese escape silencioso de millones de cubanos que ya no creen en el régimen es el que marcará el final de esta dictadura.