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Por Oscar Durán
La Habana.- Desde hace más de un año, la pregunta más incómoda en los pasillos del poder cubano no la hace ningún opositor, ni ningún funcionario del Departamento de Estado: la hace el cubano de a pie que, entre un apagón y otro, pregunta en voz baja: ¿Dónde está Alejandro Gil? El hombre que durante media década dirigió la economía de esta finca llamada país, desapareció del mapa como quien se traga un trago de agua en medio del Sahara. Lo sacaron sin ceremonia ni honores. Y luego: silencio. Silencio absoluto, como si hubiera sido un mal sueño o un número eliminado de la libreta de abastecimiento.
Lo último que supimos de él fue una escueta nota oficial anunciando su destitución por “graves errores”. Lo que vino después fue un desfile de rumores más largo que el 1ro de Mayo. Que si estaba preso en Guanajay, que si se había fugado a España, que si lo tenían en arresto domiciliario y sin acceso al Nauta Hogar. Un medio filtró una ficha carcelaria con foto incluida; parecía una caricatura en vez de una prueba. Camiseta blanca, pelo encanecido, mirada perdida, el rostro de un tipo que ya no tenía patria, ni partido, ni poder. Pero el gobierno no confirmó nada. Ni siquiera desmintió. Solo dejaron que corriera el agua… y el chisme.
Dicen que está en el Colectivo 8 de la prisión de Guanajay, pero eso no ha sido ni firmado ni sellado. En Cuba las certezas son más difíciles que conseguir una pastilla de Paracetamol. Y eso que estamos hablando del viceprimer ministro, del gurú económico del Código de la Familia, del cerebro detrás de la Tarea Ordenamiento, ese Frankenstein financiero que dejó a medio país comiéndose el aire. ¿No merecería el pueblo, al menos, una explicación pública? ¿Un parte médico? ¿Una nota necrológica, aunque sea simbólica?
El detalle que hace sospechar es que desde su caída, ningún dirigente ha dicho su nombre. Ni para culparlo. Ni para exonerarlo. El régimen tiene una costumbre curiosa: los traidores desaparecen dos veces. Primero del cargo, y después del relato oficial. Alejandro Gil ahora es un hueco. Un hueco de poder, de responsabilidad y de memoria. Y eso, en una dictadura que vive del control absoluto del discurso, es bastante significativo. Cuando se pierde hasta el derecho a ser demonizado, es porque ya estás más enterrado que vivo.
¿Dónde está Alejandro Gil? Nadie lo sabe. Quizás ni él mismo. Pero una cosa está clara: si lo dejaron caer, es porque algo rompió en lo más íntimo del castrismo. No su ideología, que ya no la tienen; no su moral, que nunca la tuvieron. Lo que rompió Alejandro Gil, posiblemente, fue el pacto mafioso del silencio. Algún secreto guardó mal. Alguna cuenta no cuadró. Y por eso hoy está en el limbo. Un limbo sin redes, sin familia y sin historia. El pueblo, mientras tanto, sigue sin arroz, sin luz y sin saber. Y eso, en Cuba, ya ni sorprende.