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Por Ma Che Te ()

Yo también soy una persona, aunque me veas disfrazado de mendigo. No porque encontré un “modo fácil” de ganarme la vida, sino porque esta dictadura asesina me ha convertido en uno.

Soy un profesional que tuvo que renunciar a lo que amaba hacer. Me dediqué a lo que apenas podía darme una vida un poco menos dura. Soy un trabajador lanzado a la calle solo por pensar diferente.

No me hicieron mendigo por robar, matar, violar o estafar. Me hicieron mendigo porque pensar por mí mismo es un peligro para ellos. Soy una persona normal vestida de mendigo, igual que lo fue mi profesor de matemáticas, Luis Alberto. Él fue educador de generaciones. Murió olvidado y triste en una casita de tierra y piedras. Mientras, los de la Dirección Municipal de Educación viven en mansiones. Ellos reparten las misiones como botín.

Lo mismo le pasó a Doris, la profesora de Educación Artística. Hoy vende maní en la esquina para poder comprar su medicina para la presión.

Más disfrazados

A Alfre, veterano de Angola, que sobrevive gracias a la solidaridad de sus vecinos, porque sus 1528 pesos no alcanzan ni para pan. A Luis, “El Mulo”, que cargaba sacos de azúcar con fuerza sobrehumana, y que hoy, sin una pierna, pide ayuda para garantizar su insulina.

Sí, todos somos personas normales disfrazadas de mendigos. Sin embargo, otras “personas normales disfrazadas de millonarios” deciden cómo podemos vivir. Ellos deciden qué podemos comer y hasta cuándo debemos morir. Y encima, tenemos que soportar sus discursos. Estos discursos son de odio contra lo que ellos mismos han creado.

Pero aunque nos vistan de harapos y nos arrojen a la calle, no pueden quitarnos lo que somos. No pueden matar la dignidad que se nos enciende cada día. Tampoco la esperanza que cargamos en nuestros brazos como a un hijo. Caminamos estas calles rotas, sabiendo que un día, serán nuestras voces, y no sus gritos, las que llenarán de luz las ruinas que dejaron.

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