Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Disculpas en el infierno: el error de la hormiga y el silencio del elefante

Comparte esta noticia

Por Jesse Secades ()

La Habana.- Vaya gesto, el de los colegas de 14ymedio. Una reverencia, un mea culpa en toda regla por haber soltado un nombre que no era. Todo un espectáculo de ética periodística que, en cualquier lugar normal, sería el final de la función. Pero aquí, en este solar, el drama apenas acaba de empezar. Lo que debería ser un simple error en una gaceta de pueblo se convierte aquí en una epopeya kafkiana, solo por el pequeño detalle de que la información veraz es un lujo que el régimen no permite.

El meollo no es que el medio patinara. El meollo es que tuvo que adivinar. El gobierno, ese gran faro de la verdad, ese custodio de los detalles finos, decidió que el ciudadano no merecía saber quién había arrollado a ocho personas. Ni nombre, ni nacionalidad, ni nada de nada. Como si un italiano en un Audi rojo hubiera aparecido por generación espontánea para atropellar a cubanos y luego evaporarse en el aire caribeño. Un misterio nacional, otro más, para la colección.

La culpa, entonces, hay que repartirla. Una pizca para el que, en la desesperación por informar algo—lo que sea—en medio de un blackout informativo absoluto, se equivocó de apellido. Y la parte del león, la grandísima mayoría, para la maquinaria opaca que convierte cada placa de matrícula, cada informe policial y cada dato en un secreto de estado comparable al de la fórmula de la Coca-Cola. Ellos son los arquitectos de este juego perverso donde informar es un acto de adivinación bajo presión.

Perdón debe pedir el castrismo

El periodismo independiente en la isla es eso: intentar reconstruir un Boeing 747 en pleno vuelo con un destornillador y los ojos vendados, mientras te tiran piedras desde la torre de control. No tienen acceso a fuentes, solo a rumores; no tienen declaraciones oficiales, solo omisiones calculadas. Así, es un milagro que no se equivoquen más a menudo. Su error nace de la urgencia por llenar el vacío que el poder fabrica deliberadamente.

Por eso, rasgarse las vestiduras por el desliz de quien opera en la cueva de los leones es de una hipocresía sublime. El verdadero pecado no es tropezar en la oscuridad; el verdadero pecado es quien apaga las luces y luego se queja de que los demás no ven bien. El silencio oficial es la noticia principal, el agujero negro que distorsiona todo lo que se le acerca, incluyendo, a veces, la labor de los que intentan arrojar algo de luz.

Así que, en lugar de señalar con el dedo al que se disculpa por equivocarse en el infierno, quizá deberíamos preguntarnos por qué el diablo que gestiona el cotarro nunca tiene que disculparse por nada. La mujer está muerta, los heridos siguen dolidos, y el único que dio una explicación—aunque fuera para rectificar—fue el que menos recursos tiene. El otro, el que todo lo puede y todo lo calla, sigue impasible, dueño de una verdad que ni comparte ni defiende, solo esconde. Ese sí que debería pedir perdón.

Deja un comentario