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Dios se lo pague

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Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana.- Es el título de una película argentina de 1947 dirigida por Luis César Amadori, protagonizada por Arturo de Córdova, quien encarna a Mario Álvarez, un hombre que amasa una gran fortuna mendigando.

Haciéndose llamar Juco, se disfrazaba de mendigo y pedía limosnas a la entrada de las iglesias. Al recibir la caridad agradecía con la frase que da título a estas líneas, a la cual los cubanos, que son tremendos jodedores desde mucho antes de 1948, agregaron: «con un hijo macho».

Al parecer la entonces ministra de Trabajo y Seguridad Social vio por esos días este viejo filme o alguna versión cinematográfica de «Nuestra Señora de París», de Victor Hugo, y se impresionó con la «corte de los milagros», donde el único auténtico era Quasimodo, porque las personas no solo se disfrazaban de mendigos, sino que se especializaban en disfrazarse de ciegos, paralíticos, locos y cuanta condición humana vulnerable existe.

Estas experiencias cinematográficas parecen haberla traumatizado al punto de que creyó ver en cada mendigo de La Habana a Mario/Juco o a aquellos pillos parisinos del siglo xv francés. Entonces dijo con mucha vehemencia: «Hemos visto personas aparentemente mendigos […] están disfrazadas de mendigos, no son mendigos, en Cuba no hay mendigos», «… encontraron un modo de vida fácil para ganar dinero y no trabajar como corresponde, con las formalidades que corresponde».

‘Llamar las cosas por su nombre…’

No conforme con negar y criminalizar la miseria en general, especificó con una de sus variantes: «Los buzos están en el agua», «… esas personas están recuperando materia prima y lo que son, son ilegales del trabajo por cuenta propia de recuperación de materia prima, que están violando el fisco, porque están ejerciendo una actividad económica por la cual no están ingresando nada». ¿Qué debían ingresar, las semillas de mango, los cascarones de huevo…?

Sin embargo, al decir: «… nosotros tenemos que llevar de decirle a las cosas por su nombre», se negó a sí misma y a los de su entorno, que se pasan la vida (y aquí sí vale la palabra) disfrazando la realidad con eufemismos, porque eso y no otra cosa es llamar a la miseria y a la pobreza «vulnerabilidad» y a los mendigos «deambulantes».

No obstante, no conforme con degradarlos al concepto de ilegales (casi delincuentes), hizo un llamado «épico»: «Tenemos todos que combatir estas conductas negativas». Sin comentarios.

Peor que las palabras de la ministra

Lo peor no fueron las palabras de esta… como quieran llamarla, sino que fueron pronunciadas ante dos comisiones permanentes de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) y ninguno de sus integrantes la enfrentó, por el contrario, la respaldaron y, por supuesto, la aplaudieron.

Y el primero de ellos fue ese que (y otra vez vale la palabra) se disfraza de martiano y en todas las sesiones de la ANPP habla, porque al parecer le va en ello la vida, es tanta su desesperación de hacer méritos y destacarse ante los jefazos para escalar peldaños en el poder.

Lo que hace en sus intervenciones una y otra ez, es reciclar refritos de Martí y Fidel, pero realizando un performance con una excesiva gesticulación que ha llevado a que algunos incautos lo confundan con un gran orador, pero en definitiva siempre es, para usar sus propias palabras «más de lo mismo». Y que dijo, pues que «cuando vemos esta presentación nos percatamos inmediatamente que estamos dando un salto, un salto cualitativo muy importante». ¡Qué asco!

Él y el resto de los miembros de ambas comisiones, para empezar… deberían tener la vergüenza y la dignidad de renunciar como hizo la ministra. Pero es la ANPP, ¿qué podemos esperar? Ni siquiera esto fue lo único deplorable que tuvo lugar durante este período de sesiones, pero no me detendré ahora en eso, porque se aparta del objetivo de este escrito.

El pueblo se acostumbra a protestar

Claro que la ya exministra, no solo ofendió a los tantos cubanos que hoy, desgraciadamente, viven en la pobreza, sino a todos los cubanos sensibles, dentro y fuera del país. La reacción ya se conoce. Después de la ola de indignación que se viralizó en las redes, el Gobierno no tuvo otra opción que responder. Primero el presidente, después el primer ministro y, otorgado ya el «permiso oficial» para hacerlo, el resto, incluída la prensa oficialista, que hasta entonces había callado vergonzosamente.

¿Pero, qué hubiera pasado si el pueblo no reacciona y condena esta aberración? Nada, hubiera pasado por alto, no es la primera vez que funcionarios de alto nivel se burlan del pueblo, lo irrespetan, le mienten y nadie les sale al paso, los superiores se desentienden, los inferiores apoyan y aplauden, la prensa calla y el pueblo acata.

Lo más importante de este bochornoso suceso es que el pueblo cubano, como hizo ante el tarifazo de ETECSA, protagonizó otro contundente e inolvidable ejercicio de civilidad.

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