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Cuenta Plutarco que Julio César había sido advertido por un vidente de un grave peligro que lo aguardaba en esa fecha –“¡Cuídate de los Idus de marzo!”– y que aquella mañana, al ver al adivino por la calle de camino al Senado, le dijo riendo: “Los Idus de marzo ya han llegado”, a lo que el otro replicó, enigmático: “Pero aún no han pasado”.
Así se llama –en la historiografía española; en México prefieren “Noche Victoriosa”– a la fatídica madrugada en que Hernán Cortés y sus hombres, cercados por los furiosos aztecas en el palacio de Axayácatl tras la matanza del Templo Mayor y la subsiguiente muerte de Moctezuma, trataron de abandonar Tenochtitlán a la chita callando… y llevándose consigo el tesoro del emperador mexica.
La fuga nocturna y alevosa fue descubierta y desbaratada: murieron 400 españoles y miles de sus aliados indígenas (totonacas, tlaxcaltecas) y el tesoro saqueado se perdió en la laguna que rodeaba la ciudad, aunque un malherido Cortés y unos pocos soldados lograron escapar.
La rivalidad entre católicos y hugonotes (protestantes franceses calvinistas) fue la causa de este terrible episodio de violencia, inscrito en el contexto de las guerras de religión en Francia en el siglo XVI. Las tensiones entre ambos bandos en París, tras la boda de Margarita de Valois con el príncipe protestante Enrique de Navarra, fueron espoleadas por la reina madre, Catalina de Médici, y su hijo Carlos IX: se dio armas al populacho y se arrojó del Palacio del Louvre a los hugonotes en plena noche. El resultado fue la Matanza de la Noche de San Bartolomé, que se extendió por Francia durante varios días. 10.000 personas fueron asesinadas.
En diciembre de 1904, los obreros petrolíferos del Cáucaso ruso iniciaron una huelga en demanda de mejoras laborales (jornada de ocho horas, un salario mínimo de un rublo diario). Un mes más tarde, el domingo 22 de enero de 1905, una multitud encabezada por el pope Gapón marchó hacia el Palacio de Invierno de San Petersburgo para presentarle al zar Nicolás II sus reclamaciones. Los soldados que custodiaban el palacio dispararon a la masa y lanzaron una carga de caballería causando cientos de muertos (entre ellos, mujeres y niños). El Domingo Rojo o Sangriento dio inicio a la llamada Revolución de 1905 en Rusia, precedente de la de 1917.
Con respecto al Crac de 1929 –la más devastadora caída del mercado de valores en la historia de la Bolsa de Wall Street, si tenemos en cuenta su impacto global y la larga duración de sus secuelas (Gran Depresión)–, se habla de tres fechas “negras”: Jueves Negro (24 de octubre), día en que empezó el desplome, Lunes Negro y Martes Negro (28-29), días en que el pánico se extendió por todo EE. UU. y muchas personas arruinadas acabaron incluso con sus vidas. Fue el abrupto final de los “felices años 20”.
Ajuste de cuentas entre los propios nazis, la Noche de los Cuchillos Largos u Operación Colibrí fue una purga que tuvo lugar en Alemania en la madrugada del 30 de junio al 1 de julio de 1934 –en realidad, continuó hasta el 2 de julio–, en la cual el régimen nacionalsocialista llevó a cabo una serie de asesinatos políticos.
Murieron al menos 85 personas y fueron arrestadas más de mil, la mayoría pertenecientes a las SA; entre ellas, su líder, Ernst Röhm, antiguo amigo de Hitler a quien este veía como una amenaza para su poder absoluto. De hecho, la excusa fue que Röhm preparaba un golpe contra el Führer, a quien vemos llegando a Múnich aquel 1 de julio.
El anticipo del exterminio de los judíos en la Alemania nazi –el Holocausto– fue este siniestro pogromo, la Kristallnacht: dos días de linchamientos, asesinatos y ataques contra propiedades judías que dejaron un saldo de al menos 91 muertos. Aquella orgía de violencia, un punto sin retorno en la política antisemita del Tercer Reich, fue la culminación de una oleada de odio racial contra el pueblo hebreo que había comenzado en 1933 y se exacerbó en la primavera de 1938, cuando los nazis atacaron a los judíos de Viena. Meses antes de la Noche de los Cristales Rotos, se produjeron actos vandálicos en los cementerios hebreos y ataques violentos contra muchas sinagogas en Alemania.
Aunque es un término usado genéricamente por los militares anglosajones para indicar el día en que se debe iniciar un ataque o combate, desde la Segunda Guerra Mundial ha quedado asociado para siempre a esta fecha: la del desembarco en las playas de Normandía, Francia, de tropas angloamericanas que abrirían así un nuevo frente europeo y darían un giro a la guerra a favor de los aliados. La llamada Operación Overlord consiguió una cantidad importante de los objetivos previstos, al lograr que millares de soldados se adentraran desde la costa en Francia e iniciaran la liberación de la Europa occidental ocupada por la Alemania nazi durante la contienda mundial.
Esta trágica jornada –en inglés, Bloody Sunday– ha dado lugar a una mítica canción (Sunday Bloody Sunday, de U2) y una película homónima (dirigida en 2002 por Paul Greengrass). Una manifestación en Derry (Irlanda del Norte) a favor de los derechos civiles y contra el encarcelamiento sin juicio de los sospechosos de pertenecer al IRA derivó en disturbios, y estos en una brutal represión británica con fuego real que dejó catorce muertos y más de treinta heridos. La escalada de violencia siguió subiendo con atentados y protestas en todo el mundo. En 2010, el primer ministro David Cameron pidió perdón por los hechos.
Esta fecha abreviada señala un antes y un después en la historia. Ese día, 19 terroristas suicidas de la organización Al Qaeda secuestraron cuatro aviones en EE.UU. y los estrellaron, en su mayoría, contra objetivos civiles. El balance de víctimas fue de 3.016 muertos (incluidos los atacantes), 24 desaparecidos y más de 6.000 heridos, muchos de los cuales aún sufren secuelas.
Los ataques más mortales destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York –el World Trade Center–, contra las que se dirigieron sendas aeronaves que provocaron su derrumbe. Un tercer avión atacó el Pentágono y un cuarto cayó debido a la rebelión del pasaje.