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Por Luis Alberto Ramirez ()
En Cuba, la imaginación oficial no tiene límites. Cuando no hay arroz, frijoles, ni pollo, el régimen siempre encuentra una “solución creativa”. La última genialidad: una dieta diseñada, al parecer, por un chef de ultratumba. El menú incluye bebida de arroz, jarabe de sangre llamado HEMOLIN, galletas con cúrcuma y una bebida simbiótica a base de suero de leche. ¡Bon appétit, compañeros del más allá!
Según los funcionarios, estos productos “garantizan la nutrición del adulto mayor”. Lo que no aclararon es si el adulto mayor debe estar vivo o ya momificado. Porque, francamente, el menú parece sacado de un capítulo de The Walking Dead.
El HEMOLIN, por ejemplo, promete “revitalizar la sangre”. En un país donde casi nadie come carne, no suena tan mal: al menos algo de hemoglobina tendrán, aunque sea simbólica. Las galletas con cúrcuma, por su parte, son un lujo medicinal… o una excusa elegante para disfrazar el sabor del hambre. Y la bebida simbiótica hecha con suero de leche, ese desecho que en otros lugares se bota, se presenta como la joya científica del menú geriátrico.
Mientras tanto, en el otro extremo del país, el Gobierno celebra el Festival Varadero Gourmet, una orgía culinaria donde se come mejor que en el Palacio de Buckingham. Allí no hay ni suero, ni arroz líquido, ni jarabes sanguíneos: solo langostas, vinos y canapés para los compañeros con influencia y los turistas con divisas.
El contraste es tan grotesco que ni la mejor sátira lo supera. Cuba es hoy el único país donde el Estado se vanagloria de alimentar a sus ancianos con mezclas experimentales, mientras el 89% de la población, según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, vive en pobreza extrema. Pero no importa: el régimen sigue celebrando sus logros nutricionales como si hubiera descubierto la piedra filosofal… o la receta de Frankenstein.
A estas alturas, uno no sabe si los dirigentes cubanos intentan alimentar a los viejos o embalsamarlos. Lo cierto es que las fórmulas milagrosas se multiplican, pero la comida real desaparece.
Eso sí, lo importante no es que los ancianos coman, sino que el discurso siga bien nutrido. En la Cuba actual, el hambre es patrimonio cultural y la desnutrición, política de Estado.
Porque, como diría un vocero del régimen, con voz grave y orgullosa:
“No hay comida para los ancianos, pero el hambre… ¡esa sí no les puede faltar!”